Este es uno de los conceptos más polémicos con los que trabaja la psicología analítica, pues, en última instancia, su contexto es abiertamente metafísico. El aspecto psicoide del arquetipo, del inconsciente, se refiere a su carácter también físico, más allá de lo psíquico, y, al mismo tiempo, por ende, a su carácter decididamente colectivo y transpersonal, más allá de la psique fraccionaria individual. El arquetipo no sólo como fenómeno interno personal, actuante en la propia alma, como contenido de ella, sino también extendiendo su fenomenología al mundo exterior, y enraizándose en aquello que captamos en primera instancia como ajeno a nuestra propia identidad individual. Es decir, el Arquetipo, lo Inconsciente, como habitante ubicuo del micro y del macrocosmos a la vez.
Es una idea intuitiva que se desarrolla, sobre todo, a partir de la observación empírica del fenómeno de la sincronicidad:
Además de experimentar con el I Ching, Jung observó que con frecuencia un paciente soñaba con imágenes simbólicas que luego, de una forma extraña, coincidían con acontecimientos externos. Si estos últimos se analizaban como si fueran símbolos, se veía que presentaban el mismo significado que las imágenes oníricas. Suele ocurrir, sobre todo, cuando en el inconsciente del observador se activa un arquetipo, lo que produce un estado de elevada tensión emocional. En esos momentos la psiquis y la materia ya no parecen entidades separadas, sino que se organizan en una situación simbólica significativa e idéntica. En esos momentos parece que los mundos físico y psíquico son dos facetas de la misma realidad.
Jung denominó Unus Mundus (un mundo) a esta realidad unitaria. Según Jung, los acontecimientos sincrónicos son fenómenos parapsicológicos que se producen esporádica e irregularmente. Parecen ser incidencias peculiares de un principio más general que Jung designó ordenación acausal. […] el Unus Mundus de Jung […] comprende la realidad psíquica o, mejor dicho, trasciende tanto la psiquis (la mente) como la materia. La naturaleza esencial de ambas, el unus mundus propiamente dicho, es trascendental y no puede ser directamente captado por nuestro consciente. Los acontecimientos sincrónicos son «singularidades» en las que la unidad de psiquis y materia -el Unus Mundus- se manifiestan esporádicamente [1]
Como vemos, frente a la evidente experiencia de los fenómenos sincrónicos se vuelve legítimo postular la idea de que al existir un factor protagonista de fenómenos internos psíquicos y a la vez causante de una ordenación paralela física y exterior, el fundamento último de este factor, que llamamos arquetipo, participe de una categoría ontológica más allá de lo puramente físico y lo puramente psíquico, que abarca por ello a los dos. Aquello que mueve hilos en el alma también mueve objetos y cosas en el mundo material. Esto, en efecto, nos coloca en el terreno de la especulación metafísica. Además, como su participación en ambos mundos sigue una correlación no sólo de simetrías e identidades formales, sino a la vez de significado, explicitando por tanto los elementos significante y significado propios de un lenguaje, la manifestación psicoide del arquetipo produce en la intuición una genuina impresión de ser inteligente, no meramente mecánica y ciega.