(viene de aquí)
José Antonio Delgado
Ldo. en Ciencias ambientales, escritor y especialista en psicología analítica
Herencia y Destino
(2ª Parte. Consideraciones acerca de los factores causales y acausales involucrados en la herencia)
Algunas consideraciones concernientes a los factores causales
En otro lugar, ya apunté la importancia que tiene el ambiente familiar que rodea a la madre embarazada, así como la propia disposición de la misma con respecto al nonato, en el modo en que el niño, y luego el adulto, percibirá el mundo, trasladando vía inconsciente los conflictos y vivencias del entorno que le rodea. Los comportamientos de los familiares que circundan al niño (y al feto, en la madre embarazada) dependen de un conglomerado inextricable de factores sistémicos, entre los que se incluyen el carácter de las personas, su nivel cultural, su educación, su posición social, sus opiniones, los conflictos no resueltos, sus miedos inconscientes y, en general, aquello que pretenden mantener oculto a los ojos de los demás. Todos estos componentes conforman el sistema familiar que rodea al bebé, formando una intrincada maraña que configura la actitud de la madre y sus allegados hacia el niño, de la cual, en pocas ocasiones, son plenamente conscientes. De hecho, con demasiada frecuencia las intenciones conscientes, con respecto a los niños, y el comportamiento inconsciente difieren en no poca medida.
Por tanto, la comunicación no verbal tiene una influencia decisiva en la conducta del infante y en la creación de un yo consciente. Las experiencias en esta época pueden marcar profundamente al niño (y al feto). Como no es consciente de ello, le resultará imposible sustraerse a su influencia y marcará profundamente su desarrollo futuro como adulto. Y, por lo común, lenta y dificultosamente llegarán a tomar consciencia, ya de adultos, de los conflictos mamados en sus primeros años (y, también, durante el proceso de gestación). A menudo encontramos que muchos adultos reproducen comportamientos que quedaron grabados en su inconsciente, durante los primeros años de su infancia. Sólo después de un largo y penoso período de terapia serán capaces de extraer a la luz de la consciencia dichos conflictos, problemas o influencias negativas. Motivo por el cual ya Jung(1) insistiera en que “los padres que yugulan con sus críticas todos los arranques emocionales independientes de hijos e hijas, que con erotismo y tiranía afectiva mal disimulados miman a sus hijas, manteniendo bajo su tutela a los hijos e introduciéndolos a la fuerza en determinados oficios para casarlos al final “convenientemente”; o esas madres que ya en la cuna excitan a sus hijos con insana ternura, para después hacer de ellos muñecos serviles, y que, finalmente, escudriñan celosamente el erotismo de la descendencia (…) No saben lo que hacen, y no saben que, puesto que están sometidos a esa constricción, la transmiten a sus hijos, esclavizándolos a los padres y a lo inconsciente. Tales hijos portarán durante bastante tiempo la maldición transmitida de los padres, aun cuando éstos hayan muerto hace mucho. (…) La inconsciencia es el peccatum originale.”
En este sentido, desearía presentar algunos fragmentos de un trabajo del que he tenido conocimiento recientemente y que resulta altamente ilustrativo, puesto que coincide con lo ya expuesto por mí, yendo un paso más allá al servirse de los recientes descubrimientos en el área de la neurobiología, concernientes a las relaciones entre el embrión y el feto, en el interior de la madre gestante, y su entorno (interior y exterior), así como de las consecuencias que se derivan de las mismas en el desarrollo del cerebro humano y, también, de su psique. Así, Reiner María Kohler, en su artículo Archetypes and complexes in the Womb, afirma lo siguiente:
“The fertilizad egg (zygote) with the DNA of the two parents does not contain a determinative program for the growth and development of the fetus, but only a range of options of how the development might proceed depending on the environment of the motherly womb, both physically and emotionally. The environment of the womb includes the actual physical container, the influences of the mother´s physical and emocional functioning and the outside influences which are constellated in the mothers life, including the father and other people who interact with the mother. (…) Learning by the child does not begin only at birth, but begins immediately after conception. Quite possibly, a human being learns more in the first nine months (during pregnancy) than in the entire remainder of life. Furthermore, this learning does not occur in a vacuum but is embedded in the relationship within and without the embryo and fetus; within are the ever changing relationships of the various cells and cell aggregations including organs, and without are the relationships of the fetus to the mother and the people to whom she relates. This means, most importantly, that we, the adults –be we more or less “adult”- do and can have an influence on what and how the fetus learns”.
La toma de consciencia del inconsciente personal, es decir, de todos aquellos conflictos que tienen que ver con la biografía del individuo es el primer paso en el proceso de individuación. Una vez atravesada esta primera etapa, y tras profundizar en el análisis de lo inconsciente, topamos con un ámbito que no tiene relación alguna con las experiencias biográficas y que recibe el nombre de inconsciente colectivo. Jung(2) lo expresa del siguiente modo:
“Una capa, en cierto modo superficial, de lo inconsciente es sin duda alguna personal. La designamos con el nombre de inconsciente personal. Pero esa capa descansa sobre otra más profunda que ya no procede de la experiencia personal ni constituye una adquisición propia, sino que es innata. Esa capa más profunda es lo así llamado inconsciente colectivo.(…) Los contenidos de lo inconsciente personal son ante todo los llamados complejos sentimentalmente acentuados, que forman la intimidad personal de la vida anímica. Los contenidos de lo inconsciente colectivo, por el contrario, son los llamados arquetipos (…) los arquetipos no están determinados en el contenido sino únicamente en la forma, y esto último sólo de modo muy relativo. Un arquetipo está determinado en su contenido cuando es consciente y por lo tanto ha sido rellenado con el material de la experiencia consciente. Su forma, en cambio, (…) se puede comparar con el sistema de coordenadas de un cristal, sistema que en cierto modo predetermina la formación del cristal en la lejía madre, sin poseer él una existencia material. Ésta sólo aparece en tanto en cuanto cristaliza los iones y luego las moléculas.”
El Dr. Kohler, en su mencionado artículo, relaciona el resultado de las últimas investigaciones en el campo de la neurobiología, sintetizadas por Gerald Hüther y Inge Krens en su libro Das Geheimnis der resten neun Monate. Uniere frühesten Prägungen(3), con la psicología analítica. Más concretamente, el Dr. Kohler encuentra una equivalencia clara entre las pautas neurológicas heredadas genéticamente y los arquetipos descritos por Jung, incidiendo especialmente en la importancia de la influencia perinatal. Así, sostiene que:
“It seems to me that the original (neuronal) switches and (synaptic) connections out of the (range of) neuronal switching possibilities and synaptic connection opportunities which are available in (the child´s) brain are the inherited genetic neuronal patterns which become the archetypes when some of these patterns are select(ed), firm(ed) up, (…) anchor(ed) and ground(ed) in the form of inner representations when the child is influenced by and reacting to the accumulated knowledge, feelings, experiences, abilities and aptitudes from his mother, from his father, and from all the people in his culture.”
Según el Dr. Kohler, el conjunto de originarias activaciones neuronales y conexiones sinápticas disponibles en el cerebro humano (del niño) se convierten en arquetipos al ser seleccionados, reafirmados y afianzados, es decir, influidos por el ambiente que rodea al niño, adquiriendo la forma de representaciones internas(4). Desde mi punto de vista, existe una clara analogía entre el funcionamiento cerebral descrito por Kohler y el modo en que se constelan los arquetipos de lo inconsciente colectivo. A fin de cuentas, los arquetipos no son sino formas de representación heredadas. Lo que significa que es la forma la que se hereda, no el contenido (la imagen simbólica) en sí. No hay que olvidar que el arquetipo es el modelo instintivo congénito y preexistente, análogo a la pauta de conducta en los animales. Ahora bien, aún conviniendo con Kohler en que, en efecto, ciertas condiciones ambientales particulares parecen activar ciertas pautas arquetípicas, incluso durante el período de gestación, esto no explicaría por qué lo contrario también es cierto, y la activación o constelación arquetípica parece precipitar o atraer determinadas condiciones ambientales.
Las declaraciones del Dr. Kohler se refieren, principalmente, al ámbito de la herencia genética, apuntando directamente al aspecto más genuino con el que se presenta el Destino: el reino de la materia (mater = madre). El Destino se experimenta a través del organismo como predisposiciones hereditarias a sufrir determinadas enfermedades, por ejemplo, y que nuestra conciencia y nuestros abnegados esfuerzos son incapaces de modificar. Los instintos son patrimonio de la familia, ligados a ella y, en un sentido más general, forman parte de un conjunto mayor de instintos que le son privativos a la especie humana. Y las pautas neuronales heredadas genéricamente tal vez constituyan la base genética de transmisión de los arquetipos.
Sin embargo, las Horas, como hemos indicado, exhiben un doble aspecto: uno natural y el otro de orden social. Estos dos carices se corresponden con los dos rostros del dinamismo inconsciente: instinto y arquetipo. El primero es el determinante de la conducta física o natural, mientras que el segundo es el modo de ordenación del material inconsciente, determinante de la percepción psíquica y de la experiencia vital. El arquetipo es el correlato psíquico del instinto, presentándose a la consciencia en imágenes simbólicas. Así, resulta que no es posible transgredir nuestros límites naturales, en tanto que no podemos sustraernos a la acción del instinto o del arquetipo. Séneca expresa esta misma idea en su epístola XI a Lucilio, intitulada “La sabiduría no corrige los movimientos naturales”:
“(…) ninguna sabiduría puede borrar nuestras imperfecciones naturales; lo que aparece inscrito en nosotros congénitamente, el arte puede suavizarlo, pero no extirparlo (…) De estas cosas no pueden protegernos ni las lecciones ni la práctica, pues la Naturaleza nos revela en ello su imperio; (…) Todo aquello que nos procura la ley del nacimiento o el temperamento del cuerpo no nos abandonará por más que el alma trate por largo tiempo y con toda energía de desasirse de ello. No hay ninguna de estas cosas que pueda evitarse, ni tampoco que pueda provocarse (…) son cosas que se gobiernan solas; vienen sin orden nuestra, y sin orden nuestra se van.”
La imagen arquetípica es el modo en que se enviste el arquetipo y, por tanto, el modo en que se experimenta psíquicamente el instinto. Son las imágenes simbólicas de lo inconsciente colectivo el cariz primigenio de la ley inmutable inherente a la Vida, de la energía indestructible simbolizada antaño con la imagen de la Gran Diosa, siendo las Moiras o las Parcas sus representantes más conspicuas. Llegados a este punto, quizás sea conveniente utilizar el símil del que se sirvió Jung para intentar explicar el funcionamiento dual o paradójico de la psique. Así, si comparamos la psique humana con la luz nos percatamos de su analogía: la luz se comporta de un modo paradójico, como onda y como corpúsculo o partícula; de igual modo, la psique actúa como materia, que se manifiesta en las pulsiones o instintos, y el equivalente de la onda sería el arquetipo. De esta suerte, si asimilamos la psique al espectro lumínico, en un extremo ubicaríamos la radiación infrarroja y en el opuesto la radiación ultravioleta. La radiación IR sería el equivalente al cuerpo físico y, por tanto, a los instintos; la radiación UV atañería al inconsciente colectivo y, por ende, a los arquetipos. El ego se encontraría en un lugar intermedio (anima inter bona et mala sita), pudiéndose desplazar (o, lo que sucede con frecuencia, ser abrumado por) hacia uno u otro lado(5). Cuando lo hace hacia el flanco de los instintos, nos encontramos en el ámbito de las pulsiones (sexo, nutrición, etc.). Si el desplazamiento tiene lugar hacia el lado de los arquetipos, entonces éstos se manifiestan en ideas delirantes, imágenes simbólicas, fantasías, etc. Nada sabemos del lugar del que proceden dichas fantasías, como tampoco nos es conocido el origen preciso del instinto, salvo, tal vez, que es un legado genético, y, siendo rigurosos, sólo podemos observar sus manifestaciones. Lo que sí es factible afirmar es que desde la banda de los procesos físicos, instintivos, hasta la banda de los procesos arquetípicos, simbólicos, hay toda una gama intermedia que conecta, de algún modo, a uno y otro aspecto dándose, incluso, manifestaciones mixtas como son las conocidas enfermedades o dolencias psicosomáticas.
Por lo tanto, aunque consideremos la herencia genética, el asunto crucial sigue sin aceptar una respuesta unívoca. La casuística familiar incluye todos estos integrantes, de eso no cabe duda. Ahora bien, ¿cómo explicar la confabulación existente entre los patrones arquetípicos del individuo y sus experiencias, tanto intrauterinas o perinatales, cuanto biográficas? He ahí el auténtico meollo de la cuestión.
La experiencia enseña que los niños reaccionan, ante todo, a la atmósfera inconsciente que se respira en el ambiente familiar, antes que a los argumentos racionales y a las directrices conscientes. En cierto modo, son vulnerables a la influencia que ejercen los miembros adultos que lo rodean. Y son los niños más sensibles quienes perciben, inconscientemente, todo aquello que sus progenitores mantienen oculto. Por eso, Jung mantiene que:
“El niño participa tanto de la atmósfera psíquica de sus padres hasta el punto de que los secretos y los problemas irresueltos entre ellos puede afectar profundamente a su salud. La participación mystique, es decir, la primitiva identidad inconsciente del niño y sus padres supone que el niño sienta y sufra los conflictos de sus padres como si fueran sus propios conflictos. Casi nunca son los conflictos abiertos o manifiestos los que tienen un efecto negativo, sino sobre todo la falta de armonía reprimida y negada por los padres. La primera causa real de toda perturbación neurótica es, sin excepción alguna, el inconsciente. Son las cosas difusamente sentidas por el niño, la atmósfera opresiva de aprensión y autocontrol las que van invadiendo lentamente la mente del niño como un venenoso vapor y las que terminan destruyendo la seguridad de su adaptación consciente(6).”
Esa inmersión del niño en la atmósfera inconsciente del medio que lo rodea, durante la fase mágica, lo hace participar de toda la información que fluye en dicho entorno. Esa zambullida constituye la conditio sine que non para que se produzca una comunicación telepática entre la madre y el niño. Especialmente con la madre, o con la figura materna, esto es muy común. Y ello es así porque el niño, en esos primeros años, es incapaz de comunicarse conscientemente para expresar sus deseos o necesidades.
Este vínculo telepático va desapareciendo, a medida que el niño crece y se desapega de sus padres, para ir formando, gradualmente, un yo regente. La conexión va perdiendo su función vital y su actividad. Karen Hamaker-Zondag(7) explica éstas y otras experiencias, que ha tenido ocasión de confirmar en su práctica psicológica. Según esta autora, existe un “cordón umbilical psíquico” que une al niño con su madre. Este cordón, en realidad, es extensible al resto del ambiente que rodea al niño.
Por lo tanto, no sólo a través de la madre se generan esas influencias inconscientes sino, también, por mediación de las personas que se ocupan regularmente del niño. De hecho, pueden producirse trasvases, desde lo inconsciente de los parientes, influyendo poderosamente en el desarrollo de la psique del niño. Y esto, como el Dr. Kohler apunta, también sucede durante el desarrollo perinatal del niño.
Algunos astrólogos han apuntado que el sector o la casa XII se relaciona con las experiencias prenatales. Así, durante su desarrollo, el embrión no sólo sería afectado por la alimentación que la madre ingiera o del tipo de actividad física que realice, sino, también, por la propia actitud que esta adopte para con el hijo y para con la vida. Las actitudes y vivencias de la madre son transmitidas al hijo, de modo que acaban por quedar grabadas en lo inconsciente (Sasportas, 1987). Por ejemplo, una madre angustiada por su situación o cuyo embarazo no es deseado, adoptando una actitud de resignación, transmitirá al hijo dicha información. Así, es muy probable que este nazca con un sentimiento de falta de valía, de no ser querido y tenderá a no darse su lugar en la sociedad. Es como si se creara la condición propicia para la formación de un fuerte complejo de inferioridad. De modo que las experiencias que el niño reciba las tomará como si el mundo exterior lo despreciara.
El Dr. Kohler ha realizado un excelente trabajo de síntesis al correlacionar los arquetipos con los patrones neuronales heredados, lo que arroja algo de luz al intrincado y complejo tema del destino. La influencia materna en el niño no se limita al período biográfico, como vemos, sino que actúa ya a un nivel intrauterino. Además, no sólo afecta el estado físico y emocional de la madre, primero en el embrión y luego en el feto, sino, también, influyen en él, tanto los hábitos insalubres, como el consumo de alcohol, tabaco u otras drogas, cuanto las actitudes y conflictos que embargan a los miembros más próximos de la familia. De ello se desprende que la vida psíquica del individuo es un conglomerado de arquetipos (patrones neuronales)/instintos heredados de sus progenitores. Así, los conflictos y las cuestiones que los antepasados no han conseguido solventar se van transmitiendo, de generación en generación, hasta materializarse en un verdadero problema que acaba, finalmente, por mostrarse bajo la forma de una neurosis o de una psicosis.
En la misma línea, Stanilav Grof, pionero en la psicología transpersonal, sugiere la existencia de un reino perinatal en lo inconsciente. En él se encuentran las experiencias vividas durante el proceso de gestación del niño. El término perinatal tiene un origen grecolatino compuesto por el prefijo peri que significa “cerca, próximo” o “alrededor”, y la palabra natalis “peteneciente al nacimiento”. Por lo tanto, el término perinatal hace referencia al proceso biológico que tiene lugar poco antes, durante o justo después del momento del nacimiento. Los trabajos de exploración de los estados no ordinarios de conciencia, parecen proporcionar una evidencia indiscutible de recuerdos de experiencias perinatales, almacenadas en nuestro psiquismo. Este nivel o estrato de lo inconsciente constituiría una especie de bisagra entre las experiencias extrauterinas y, por lo tanto, biográficas, y aquellas que pertenecen al ámbito de lo inconsciente colectivo(8).
Los factores acausales y lo inconsciente colectivo
Para el Dr. Köhler, como hemos visto, el ambiente que rodea el desarrollo ontogénico, en el interior del útero materno, comenzando por la propia madre (su estado de ánimo, los complejos afectivamente cargados que actúen en ella, los arquetipos constelados durante todo el proceso de gestación) pasando por el padre y las personas que, de un modo u otro, han estado en contacto con la madre (tanto familiares cuanto foráneos) influye en la constelación arquetípica, primero del feto, y, después, del niño. En cierto sentido, el sistema psíquico que forma parte de un individuo, y que la astrología representa mediante el mandala que es el horóscopo, sería un reflejo –al menos en parte- de esa situación ambiental originaria. En otras palabras, el desarrollo del cerebro humano y de su psique se ven altamente influenciados por las condiciones ambientales imperantes durante el período de gestación, desde el mismo momento en que se produce la fecundación. De igual modo, se podría afirmar que del conjunto total de posibles conexiones sinápticas y activaciones neuronales (patrones filogenéticos de conducta o arquetipos de lo inconsciente colectivo), se acaban activando o constelando (o como gustan en llamar los biólogos, seleccionando) los relacionados con la familia y la cultura en la que el niño ha nacido (el ambiente que lo rodea). Según este planteamiento causal el medio ambiente ejerce una tremenda influencia en el genotipo psíquico del individuo. En la clásica fórmula que utilizan los genetistas para explicar el fenotipo, genotipo + ambiente, el segundo factor de la suma adquiere para Kohler una importancia sobresaliente.
Ahora bien, no es menos cierto que el niño ya porta en su sistema psíquico toda una constelación arquetípica y que dicha constelación se relaciona sincronísticamente, tanto con los miembros más próximos de su familia, cuanto con el modo en que experimenta su entorno familiar. Esto significa que cuando se profundiza lo suficiente en lo inconsciente personal nos topamos con una larga cola de dragón, que nos conecta con la serie filogenética de nuestros antepasados, con los arquetipos, precisamente con lo inconsciente colectivo psicóideo. Y, una vez superados los conflictos que la sombra familiar plantea, el individuo ha de bregar con las imágenes primigenias que emergen de lo inconsciente colectivo.
Liz Greene expresa esta misma idea del siguiente modo:
“No hay la menor duda de que existe una relación, e incluso una confabulación entre los padres objetivos y la imagen interna de los mismos. (…) Puede decirse, y esto es lo que afirmo tras mi experiencia de muchos casos, que la percepción que el niño tiene de su madre está teñida por su propia proyección hasta el punto de que el niño puede manifestar precisamente aquellas cualidades que le reprocha. (…) La conducta y el sentimiento, consciente o inconsciente, puede forzar a la madre a asumir el defecto más crítico de su propia naturaleza manteniendo una conducta negativa hacia su hijo por razones que escapan a nuestra capacidad de comprensión y que pueden ocasionar un considerable sufrimiento y culpa tanto al hijo como a la propia madre. (…) Estas imágenes míticas son su destino y el sujeto debe afrontar la necesidad de trabajar con ellas durante su vida.(9)”
Khalil Gibrán lo expone en un bellísimo lenguaje:
“Y esto aún, aunque las palabras pesen duramente sobre vuestros corazones:
El asesinado no es irresponsable de su propia muerte.
Y el robado no es libre de culpa por ser robado.
El justo no es inocente de los hechos del malvado.
Y el de las manos blancas no está limpio de lo que el Felón hace.
Sí; el reo es, muchas veces, la víctima del injuriado. Y, aún más a menudo, el condenado es el que lleva la carga del sin culpa.
No podéis separar el justo del injusto, ni el bueno del malvado.
Porque ellos se hallan juntos ante la faz del sol, así como el hilo blanco y el negro están tejidos juntos.
Y, cuando el hilo negro se rompe, el tejedor debe examinar toda la tela y examinar también el telar(10).”
Este es el modo opuesto de considerar el asunto de la herencia y del destino. Según este enfoque, existe un a priori en el niño, que luego se convertirá en adulto, y que actúa por detrás de las bambalinas. Así, como dice K. Gibrán, padres e hijos participan de la misma madeja, del mismo telar cuyos hilos conforman la sustancia psíquica de toda la familia. Los arquetipos actúan por detrás del umbral de la consciencia, de manera que el individuo proyecta en los padres reales determinadas características que sólo parcialmente tienen una relación objetiva con ellos. Por consiguiente, la herencia genética no es sólo un asunto causal. En astrología, los padres arquetípicos y, por ende, el modo en que se experimentará a los padres biológicos vienen simbolizados por la posición del Sol y de la Luna en la carta natal, así como por las casas X y IV(11). Asimismo, la casa XII nos proporciona información sobre el sustrato psíquico del que participan todos los miembros de una familia. Sería algo así como la puerta de acceso al mundo de los ancestros, a lo inconsciente colectivo. Como me he ocupado en otro lugar de los factores acausales que se relacionan con la herencia familiar, así como del simbolismo astrológico de la casa XII, aquí sólo me limito a hacer mención expresa sobre este particular. Remito al lector interesado a mis otros trabajos(12).
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(1) C. G. Jung Freud y el Psicoanálisis. Madrid. Ed. Trotta. Obras completas. Vol. 4.
(2) C. G. Jung. Los arquetipos y lo inconsciente colectivo. Madrid. Ed. Trotta. Obras completas. Vol.9.
(3) El libro al que hace mención Köhler está escrito en alemán y aún no está disponible en ningún otro idioma. La traducción de Kohler del original alemán al inglés es la siguiente The Mystery of the First Nine Months. Our Earliest Formative Influences. En castellano, El Misterio de los Nueve Primeros Meses. Nuestras más tempranas influencias formativas.
(4) Aunque el autor no lo menciona expresamente lo inconsciente colectivo se correspondería con el conjunto de posibilidades de activación neuronales y conexiones sinápticas. De hecho, Kohler dice que esas posibilidades constituyen las pautas filogenéticas disponibles en todo ser humano por el hecho de serlo.
(5) En realidad, y siendo rigurosos, el ego puede ser afectado desde sendas bandas del espectro psíquico. Quizás podríamos explicar este fenómeno sirviéndonos del extendido simbolismo del Cielo y del Infierno. El infierno sería, propiamente, las profundidades instintivas de la Diosa. El Cielo el Mundo de las Ideas, o sea, el ámbito de los arquetipos. Cuando el ego es alterado desde abajo son los instintos los que entran en juego, manifestándose en deseos sexuales compulsivos, verbigracia, que parecen dominar o minar la voluntad del individuo. Si la irrupción procede de arriba, del Cielo, lo hace en forma de ideas, concepciones o percepciones que invaden el ámbito de la consciencia, poseyendo al complejo del yo. Los grupos de antifascistas, neonazis, etc., constituyen algunos ejemplos modernos de posesión de la consciencia por ideas delirantes provenientes del Cielo. Los duendes han accedido a la vivienda (la consciencia) por el desván.
(6) C. G. Jung, Psicología y Educación. Barcelona. Paidós.
(7) Hamaker-Zondag, K. (1995), La casa doce. El poder oculto del horóscopo. Barcelona. Urano.
(8) Para mayor abundamiento véase Stanislav Grof, Psicología Transpersonal. Nacimiento, muerte y trascendencia en psicoterapia. Barcelona. Kairos; José A. Delgado González, El Retorno al paraíso perdido. La renovación de una cultura. Soria. Sotabur.
(9) Liz Greene, Astrología y Destino. Barcelona. Ed. Obelisco.
(10) Gibrán, K. (1987) El Profeta. Obras Completas. Barcelona. Edicomunicación.Vol. 2
(11) L. Greene. L. c. P. 116.
(12) Véase mi ensayo Psicología y Astrología en www.odiseajung.com ; también, El Retorno al paraíso perdido. La renovación de una cultura. Soria. Ed. Sotabur.