1ª Parte. La Actualización de un Mito
José Antonio Delgado
Ldo. en Ciencias ambientales, escritor y especialista en psicología analítica
- Algunas consideraciones preliminares
El presente trabajo es fruto de un esfuerzo por integrar los resultados de las investigaciones en Psicología Analítica y los avances científicos en el campo de las Ciencias Ambientales, entendidas éstas como una expresión del nuevo paradigma sistémico emergente. En este sentido, puede considerarse éste una continuación del artículo que escribí en el año 2000, con motivo de un Congreso de Agricultura Ecológica, así como un complemento a la tercera parte de mi libro El Retorno al Paraíso Perdido. La renovación de una cultura, titulada Androginia. Han pasado ya siete años desde que escribiera el libro y, en ese tiempo, gran parte de las germinales ideas que en él expuse han ido madurando. Cuando se publicó por primera vez, en el año 2004, vislumbraba intuitivamente las profundas conexiones que unían a las Ciencias Ambientales con la Psicología Profunda, pero aún no era plenamente consciente de su tremendo calado, en parte porque me hallaba inmerso en plena crisis de sentido y mi vida estaba sufriendo una auténtica debacle, como consecuencia de una transformación completa de mi personalidad o, como lo denomina la psicología, una metanoia. Este radical cambio de rumbo me obligó a abandonarlo todo para consagrar mi vida al análisis y hermenéutica de los productos de lo inconsciente colectivo. Sólo así podía combatir las tendencias materialistas, las pautas de conducta patriarcales y la ceguera ante la destrucción de la naturaleza, característicos del paradigma mecanicista vigente en la sociedad contemporánea, en mi propio interior.
Durante los más de doce años dedicados a la investigación y al asesoramiento personal en el marco de la Psicología Profunda he podido comprobar la ingenua creencia colectiva en la imparcialidad del sujeto que hace ciencia. Pareciera como si el estado anímico del científico no influyera para nada en los resultados de sus investigaciones. Sin embargo, este prejuicio no cambia un ápice el hecho, reiteradamente comprobado, de que el estado de salud psíquica de un individuo se refleja en todo cuanto éste produce. La evidencia más tangible de ello la tenemos en los desequilibrios medioambientales que padece la Tierra, imagen especular del característico estado de disociación psíquica del “civilizado” occidental. Y no sólo eso. Además, la consciencia influye decisivamente en el acontecer de la psique objetiva (o inconsciente colectivo), por el mero hecho de observarla, o mejor, de crear un vínculo de interconexión entre ambas. La Física, por su parte, ha llegado a idéntica certidumbre y hasta ha sido enunciada en la forma de un principio fundamental de incertidumbre o indeterminación: el sujeto influye en el objeto observado por el mero hecho de observarlo.
Aunque la finalidad de este artículo sea poner de manifiesto las relaciones que existen entre algunos de los resultados de la Psicología Profunda y las muy recientes Ciencias Ambientales, cuyo objeto de estudio son las interrelaciones de interdependencia de los ecosistemas planetarios entre sí y de éstos con el ser humano, prestaré especial atención a un asunto que considero fundamental: el nuevo paradigma emergente, como lo fue en su momento el paradigma mecanicista, es la manifestación de un mito. Entendido éste como una pauta o un patrón arquetípico cuyo símbolo más elocuente es el Acuario[1]. El nuevo paradigma, por supuesto, no tiene nada de nuevo; al menos como motivo mitológico o patrón arquetípico. Antes bien, se trata de una actualización del antiguo mito prometeico. Los ropajes externos con los que éste se adorna, desde luego, son diferentes; mas el patrón básico o arquetipo es universal. Necesario es recordar que los acontecimientos históricos nunca son idénticos y, sin embargo, jamás dejan de repetirse los motivos primordiales que los convocan. Esta circunvalación histórica, cuya expresión simbólica más elocuente quizás sea el Ouroboros o serpiente que se muerde la cola, ha sido redescubierta por la Cibernética bajo un nuevo ropaje, enunciándola como bucle de retroalimentación. En la cadena circular de causas interrelacionadas que conforman el bucle el último eslabón afecta al primero, lo que provoca la autorregulación del sistema.
En este sentido, el psicólogo encuentra en su consulta una confirmación de algo que le resulta una obviedad, pero que, aun siéndolo para él, parece que no es lo suficientemente considerada en el ámbito científico. En efecto, al igual que sucede a un nivel individual, cuando se produce una transformación de la personalidad y se inicia un proceso de autorrealización del Ser, algo bastante complejo y muy a menudo doloroso, a escala colectiva, a tenor de la constelación de ciertos arquetipos[2], se produce una expansión de la consciencia y el ego se amplía[3]. Renace una entidad superior a la que la psicología analítica denomina Self y que suele ir acompañada en sueños por la imagen de un niño divino. Es lo que en mitología se denomina un segundo nacimiento. El puer aeternus renacido es alimentado por la Diosa, de la que se nutrirá, en sus primeros estadios de evolución de la Consciencia, con las nuevas tendencias o paradigmas que irá descubriendo en su interior. Lo que caracteriza a un genuino puer aeternus es su creatividad, el cultivo apasionado de los gérmenes de esas revelaciones, obtenidas gracias a su estrecho contacto con la Diosa, con lo inconsciente colectivo[4]. De ello se colige, por tanto, que el nuevo paradigma sistémico surge de un renacimiento a escala colectiva, de la antaño visión cosmológica organicista, en el ámbito de la Ciencia; es la manifestación consciente de la emergencia del mito de acuario en el área académica.
Mas éste, el científico, no es el único ámbito en el que está manifestándose el patrón arquetípico o paradigma sistémico emergente. La Ciencia es, tal vez, la más vistosa de las áreas en las que este cambio de consciencia está teniendo lugar, entre otras cosas porque ha ostentado el poder que antaño recaía en la Iglesia para explicar las verdades últimas del Mundo y del Alma. Mas los sacerdotes, por su parte, también van percatándose, progresivamente, de la importancia que tiene la experiencia individual de la divinidad en el interior del ser humano. El resurgimiento del interés por el misticismo, tanto oriental cuanto occidental, por el gnosticismo tras el hallazgo de los evangelios apócrifos de Nag Hammadi, así como del recién descubierto Evangelio de Judas, por no hablar de los ríos de tinta que se han escrito en torno a la sugestiva Orden del Temple o de la fascinación que hoy produce la Alquimia y la Astrología, son, también, expresiones de esa transformación, un verdadero renacimiento de los valores espirituales que desde siempre han precedido a toda fenomenología. Es decir, la toma de consciencia de la enorme importancia del sujeto, a la postre el espíritu humano, tan menoscabado por la perspectiva mecanicista y materialista que, aunque decrépita, anquilosada y marchita, aún impera en nuestros días. Esta insostenible situación está provocando la reevaluación del dogma cristiano, que habrá de adaptarse al nuevo mito que está floreciendo redefiniéndose como ya hiciera la Iglesia original.
Lo que subyace al nuevo paradigma es, pues, una unión de opuestos, que puede ser expresada en un número ilimitado de parejas de contrarios: sujeto y objeto, Espíritu y Materia, Masculino y Femenino, Dios y Diosa, etc. Los alquimistas expresaban esta singular unidad de antagonismos con la imagen del Rebis Hermafrodita o del Lapis philosophorum, es decir, el símbolo del Andrógino. Este es el arquetipo de la totalidad armoniosa en el interior del ser humano. Arquetipo que guía la evolución hacia la integración de la personalidad y que se halla en el centro de la transformación de la consciencia colectiva. Esta renovación comienza en el individuo, para, posteriormente, ir extendiéndose hacia el colectivo. Y esa consciencia es la que sabe de la interdependencia entre el Mundo y el Alma, las dos caras con las que se nos presenta la inaprehensible unidad del Ser[5]. Para que esta consciencia se expanda es necesaria una educación que se ajuste a las demandas del nuevo Zeitgeist (espíritu de la época), que tenga en cuenta la realización de la totalidad del ser humano y, por ende, que hable al mismo tiempo al corazón y a la cabeza[6].
- El contexto sociocultural
En lo que sigue, centraré mi atención en realizar un rápido recorrido por la historia del aún vigente paradigma científico mecanicista, evidenciando los cimientos sobre los que se apoya. Acto seguido, describiré el paradigma sistémico emergente que, poco a poco, científicos y filósofos de todo el mundo están abrazando como una nueva forma de hacer ciencia. A continuación, presentaré algunos paralelismos entre los resultados de las investigaciones llevadas a cabo por la Psicología Analítica y las Ciencias Ambientales. Comprobaremos que este revolucionario cambio de perspectiva está relacionado con la activación de un arquetipo en lo inconsciente colectivo psicóideo o, como R. Sheldrake apunta, con la constelación de un campo mórfico.
El paradigma científico vigente, concreción de una perspectiva que ha prevalecido por varios siglos, se basa en la visión del mundo derivada del planteamiento cartesiano. La característica principal de éste planteamiento es el mecanicismo, según el cual la Naturaleza y sus constituyentes son considerados como máquinas. Tanto las plantas, cuanto los animales, entre los que se incluye el ser humano, son vistos como máquinas. La labor de la ciencia mecanicista es determinar cómo funcionan los mecanismos de dichas maquinarias. De lo dicho se colige que, para el paradigma mecanicista, el Universo mismo está inanimado, es decir, carece de alma y de propósito interno alguno. Así, el principio que rige su estudio es el denominado principio de causalidad, según el cual el nexo entre causa y efecto tiene un carácter necesario. De hecho, las leyes que rigen el movimiento se basan en este principio. De acuerdo con Newton, sólo se precisa saber la posición, masa y velocidad de las partículas para describir el conjunto completo del sistema. No es de extrañar, por lo tanto, que todo sistema de partículas pudiera ser descrito, según este planteamiento, introduciendo los datos en un gigantesco ordenador y, mediante operaciones matemáticas lineales, conocer el comportamiento futuro de dicho sistema. La aplicación de la teoría del caos a la Meteorología, por ejemplo, ha puesto de manifiesto lo equivocado de éste planteamiento.
El reduccionismo es otra de las bases sobre las que se sustenta la ciencia actual. Según éste, todo sistema complejo puede estudiarse reduciéndolo a sus componentes más simples. Así, por ejemplo, un fenómeno tan complejo como es la conciencia, puede explicarse en términos de potenciales de membrana, neurotransmisores, reacciones químicas, etc. Lo que subyace a esta perspectiva es que la materia es una sustancia muerta e inconsciente, compuesta por átomos inertes. Y, por tanto, la Naturaleza (en definitiva, la Materia) se puede desmenuzar, dividir, seccionar y manipular para conocerla y, eventualmente, explotarla.
La pertinaz rémora de éste planteamiento, observado unilateralmente, dificulta el nacimiento de lo nuevo. Pero este es un proceso natural. Ningún parto está exento de dificultades. No obstante, debemos atender a lo nuevo, dando a lo viejo el lugar que le corresponde, dentro de un planteamiento completamente diferente. Pues, mientras que la cadena lineal causa-efecto es válida para un sistema mecánico, cual es el caso de una máquina de coser o el movimiento de las bolas en una partida de billar, por ejemplo, su validez es nula para el estudio de las interrelaciones interdependientes entre los diversas partes de un organismo vivo o de un ecosistema.
En el siglo XVIII, David Hume puso de manifiesto que el principio de causalidad no resiste un planteamiento puramente lógico. Según el autor, la cadena lineal de los acontecimientos causales es el resultado del hábito o costumbre, la creencia y el sentido común. Este último se sustenta, no obstante, en tres premisas:
- Existencia separada e independiente de dos sucesos u objetos.
- Flujo claro de influencias, efectos o fuerzas de un suceso u objeto sobre otro.
- Flujo temporal distinguible: sucediendo una causa en el pasado y un efecto en el presente.
En tanto estas tres premisas se mantengan, invariablemente el principio de causalidad no presenta problema alguno. Pero en el momento en el que estudiamos un sistema natural, este principio es insuficiente para abarcar el conjunto (Peat, 1995).
Así, por ejemplo, el funcionamiento del organismo humano, como el de cualquier otro ser vivo, es el compendio de un conjunto de elementos, cuya existencia ya no se puede explicar como separada del todo orgánico. De igual modo, el flujo de influencias entre los mismos y el flujo temporal ya no son distinguibles. Las interrelaciones que se presentan en el organismo son de un orden sincrónico impresionante, dependiendo la salud del todo de la salud de sus partes y viceversa.
En este punto podemos observar el problema que ha de arrostrar el científico actual, cuando se obstina en forzar a la naturaleza a comportarse según un patrón reduccionista-causalista (mecanicista) al que, en modo alguno, se adapta. La Naturaleza no se deja aprehender por medio de una reducción a sus elementos más simples, determinados todos por la ley de la causa-efecto. Esta, como los seres vivos, puede y debe estudiarse también desde la perspectiva de su finalidad, en el sentido de propósito o significado. Y la finalidad del conjunto es que, por medio de las partes, se exprese el patrón formativo o la información que lo sustenta.
Nuestro propio sistema apriorístico de pensamiento, presenta esta dualidad de perspectivas y su empleo conjunto sólo es lícito si se realiza en el plano de la abstracción. Cuando pretendemos aplicar estas dos concepciones –la causalista y la finalista- al objeto, ha de realizarse en forma independiente, si no se quieren forzar las cosas, pues ambos planteamientos son opuestos por principio. Así pues, la aplicación causal-reduccionista al estudio de los ecosistemas es válida, en principio, y nos permite conocer el estado de los elementos que componen un determinado nivel –el que estemos estudiando-, que bien puede ser microscópico o macroscópico. Pero, en modo alguno, pueden excluirse las relaciones entre las diversas partes o subsistemas componentes. De hecho, el todo es más que la suma de las partes. De igual modo, de la interacción entre los diversos subsistemas componentes u organismos dentro de los subsistemas, nace una convergencia de comportamiento, en el sentido de que los grados de libertad disminuyen si lo relacionamos con las posibilidades que existirían si estuvieran aislados o independientes. Ejemplos de ello lo constituyen una relación de pareja, una organización financiera o un ecosistema. Por ello, también ha de decirse que el todo puede ser menos que la suma de sus partes.
Fritjof Capra sintetiza las características del paradigma cartesiano que acabamos de describir del siguiente modo:
“Dicho paradigma consiste en una enquistada serie de ideas y valores, entre los que podemos citar la visión del universo como un sistema mecánico compuesto de piezas, la del cuerpo humano como una máquina, la de la vida en sociedad como una lucha competitiva por la existencia, la creencia en el progreso material ilimitado a través del crecimiento económico y tecnológico y, no menos importante, la convicción de que una sociedad en la que la mujer está por doquier sometida al hombre, no hace sino seguir las leyes naturales[7].”
El pensamiento mecanicista es típico de un modo de orientación de la conciencia, denominado por el psiquiatra transpersonal S. Grof conciencia hilotrópica, que describe del siguiente modo:
“Presupone la vivencia de uno mismo como una identidad física completa, con unos límites definidos y una capacidad sensorial limitada, que vive en un espacio tridimensional y en un tiempo lineal en el mundo de los objetos materiales. Vivencias de este tipo se basan en un número determinado de axiomas, como: la materia es sólida; dos objetos no pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo; los acontecimientos pasados son irrecuperables; los acontecimientos futuros no son accesibles vivencialmente; no se puede estar en más de un lugar al mismo tiempo; sólo se puede existir una vez en un determinado momento; el todo es más que la parte; y nada puede ser cierto y falso a la vez[8].”
Raúl Ortega, en su ensayo El Mundo y el Alma. Mitos de la Ciencia[9], nos muestra la tendencia unilateral que la Ciencia moderna sustenta cuando ensalza a ultranza la objetividad y el supuesto “realismo”, a expensas del sujeto. Mas esta no es sino la manifestación de un mito, en la acepción que usa Raúl Ortega y que define como “historia imaginaria que altera la verdadera naturaleza de las cosas y les otorga una categoría y un valor del que carecen en realidad”. También podría decirse que se trata del paradigma dominante o de un arquetipo actuante tras las consciencias de los individuos, quienes se ven compelidos a pensar y a obrar como lo hacen, puesto que son inconscientes de la hilotrópica orientación de su consciencia. Thomas Kuhn, en su libro La estructura de las Revoluciones Científicas explica que, a lo largo de la historia, se pueden distinguir momentos en los que un determinado paradigma ha sido respaldado y defendido colectivamente. Así, como también afirma, ciertos períodos antiparadigmáticos se corresponden con un cambio revolucionario, en el que se produce el reemplazo de los viejos paradigmas por otros “nuevos”. El psicólogo no puede estar más de acuerdo con esto, puesto que su trabajo consiste en conseguir que sus pacientes colaboren con la inevitable transformación que se deriva de la emergencia de contenidos provenientes de lo inconsciente (de carácter arquetípico). En cierto modo, ayuda a su analizando a acceder a las demandas del nuevo paradigma que tienen lugar en el interior de lo inconsciente. Cuando se produce una metanoia o renovación de la personalidad, el individuo con dotes intelectuales siente una afinidad connatural con los avances científicos que se manifiestan bajo el influjo del nuevo campo mórfico, patrón de organización, atractor, campo morfogenético o arquetipo activado[10]. Mas, cuando el individuo queda atrapado en una actitud unilateral, egocéntrica (o antropocéntrica), no importa cuánto se pueda argüir a favor de la nueva consciencia, puesto que en el nivel en el que se encuentra lo nuevo le es inaccesible y hasta perturbador. Motivo por el cual rechazará, como por otro lado es comprensible, todo aquello a lo que no tiene acceso. Naturalmente, esta es una muestra más de la influencia que tiene el estado evolutivo de la consciencia del individuo en el modo en que percibe la realidad.
Como Raúl Ortega afirma “el axioma psíquico que preside todo este proceso (o sea, el paradigma cartesiano mecanicista) es el siguiente: si lo subjetivo queda desvalorizado en la ecuación del conocimiento a nivel extremo, lo objetivo automáticamente se revaloriza en la misma proporción.” Como ya he mencionado, Thomas Kuhn ha demostrado que nos encontramos en un período antiparadigmático. En su seno se está produciendo un reemplazo del paradigma mecanicista, desde hace varias décadas obsoleto para explicar los avances en áreas como la Física cuántica, la Ecología, la Astronomía y, por supuesto, la Psicología. Paradigma (o cosmovisión) que aún sigue vigente para la mayor parte de la población, y, por ende, para una mayoría de los científicos académicos. Al contrario de aquél, el nuevo paradigma es orgánico, sistémico e integrador, recuperando el factor subjetivo de la ecuación del conocimiento y ubicándolo en el lugar que le corresponde[11]. Pero siempre que se producen este tipo de cambios tienden a manifestarse, tanto individual cuanto colectivamente, ciertas actitudes escleróticas, extremistas y dogmáticas, que rozan el fanatismo. Lo nuevo produce miedo e inseguridad, no sólo al hombre primitivo, sino también al moderno civilizado. Este se aferra, defendiéndolas con uñas y dientes, a sus viejas estructuras mentales en contra de las nuevas tendencias, que siente como peligrosos ataques a su obsoleto edificio ideológico. Con la amplificación de las tendencias materialistas se crea un estado de inestabilidad general que promueve el surgimiento de una nueva consciencia. El científico contemporáneo reacciona ante las ideas del paradigma emergente del mismo modo que los sacerdotes católicos de la Edad Media ante la emergencia de herejías. La amenaza al poder de la Iglesia se reproduce hoy en el ámbito de la Ciencia.
Desde diferentes partes del mundo se están alzando voces que preconizan la necesidad del cambio de paradigma. Todas ellas hacen especial hincapié en la importancia de un profundo giro, en el modo de percibir y pensar, que garantice la supervivencia, no ya del ser humano, sino de las distintas manifestaciones de la Vida en la Tierra. Sin embargo, muchas de ellas parecen pasar por alto o, cuanto menos, no prestar la atención adecuada al que considero, al igual que Raúl Ortega, es el verdadero meollo de la crisis cultural contemporánea: la infravaloración del sujeto a favor de una exacerbación unilateral del objeto. Traducido a términos sencillos, esto significa que el espíritu humano, genuino artífice de toda Ciencia, es relegado a apéndice indeseable en el proceso de hacer ciencia. La inmediata consecuencia de semejante actitud la hallamos en la desalmada ciencia mecanicista. Por supuesto, el porfiado mantenimiento de los anquilosados esquemas del pasado acarrea unas secuelas en el psiquismo del individuo que el psicólogo conoce muy bien. Consiguientemente, la transformación de la consciencia, necesaria para hacer frente a las demandas de la nueva era en ciernes, ha de comenzar atendiendo al sujeto, a la postre al individuo, en su totalidad.
Lamentablemente, a diario asistimos a la reiterada comprobación del analfabetismo subjetivo-psicológico- de la mayoría de científicos modernos, quienes parecen mostrar un embotamiento anímico que corre parejo a su esquizoide especialización. Y, haciendo ostentación de su supina ignorancia subjetiva, inflados por la hybris heroica que es común a todo pensamiento adolescente, se toman la libertad de despreciar a las que consideran ciencias menores, cual es el caso de la Psicología o de la Sociología, entre otras (por no hablar de las llamadas Humanidades, como la Filosofía, en su acepción original de amor por la sabiduría. Mas, estos no son sino signos externos de esa actitud mecanicista y esquizoide, como la denomina E. Fromm, que es preciso trascender para no sucumbir al irremisible colapso al que se ve abocada la civilización occidental. Semejante analfabetismo psicológico, consecuencia directa del menoscabo que sufre lo subjetivo (y, por tanto, el sujeto) en la ecuación del conocimiento, explica porqué ciertos científicos, al igual que una buena parte de los filósofos, dan por sentado que su disposición o ecuación personal es universalmente válida. Un ejemplo notable de ello nos lo proporciona la afirmación que hace derivar la “idea” de la experiencia. Desde luego, para un conjunto amplio de la población, este es un argumento válido e incuestionable. Mas el asunto puede concebirse desde la óptica opuesta y, por tanto, la experiencia se derivaría de la idea. Las investigaciones de lo inconsciente colectivo han puesto de manifiesto la existencia de ciertos patrones de organización psíquica innatos, constituyendo el a priori de la experiencia, y desmantelando el antiguo prejuicio mecanicista según el cual el ser humano es una tabula rasa. Científicos aristotélicos proyectan ingenuamente su disposición psíquica a su objeto de estudio, por lo que son incapaces de darse cuenta del error que cometen al rechazar y minusvalorar cualquier investigación que apunte hacia el descubrimiento del patrón de organización (arquetipo) subyacente a la expresión material. Es la eterna disputa entre la visión aristotélica y la platónica.
En 1936, C. G. Jung, adelantándose a su tiempo, expresaba esta misma idea al afirmar que:
“Pese a la tendencia materialista a entender el “alma” esencialmente como una simple reproducción de fenómenos físicos y químicos, no se dispone de una sola prueba a favor de tal hipótesis. Muy al contrario, hay innumerables hechos que demuestran que el alma traspone el proceso físico en series de imágenes que muchas veces tienen una vinculación, apenas reconocible, con el fenómeno objetivo. La hipótesis materialista es demasiado atrevida y, con arrogancia “metafísica”, va más allá de lo que se puede conocer. Lo que en el estado actual de nuestro saber podemos consignar con seguridad es nuestra ignorancia en cuanto a la esencia de lo anímico. (…) Todos los que conocen la ciencia antigua y la filosofía de la naturaleza saben cuántos hechos del alma se proyectan en lo desconocido del fenómeno exterior. Es tanto, en efecto, que jamás somos capaces de indicar cómo es el mundo en sí mismo, puesto que, cuando queremos hablar del conocimiento, nos vemos obligados a transformar el acontecer físico en un proceso psíquico. ¿Pero quién garantiza que con esa transformación resulte una visión del mundo objetiva y hasta cierto punto suficiente? A no ser que el acontecer físico fuese también psíquico. Pero de esa constatación parece que estamos todavía muy alejados. Hasta entonces hay que darse por satisfechos con la hipótesis de que el alma aporta las imágenes y las formas que hacen posible el conocimiento del objeto[12].”
En otras palabras, resulta que el minusvalorado sujeto es la conditio sine qua non para el conocimiento objetivo. De hecho, parece imposible concebir cómo podría surgir del objeto la experiencia, fundamento de todo conocimiento, incluido el científico, siendo ella feudo de lo psíquico. Las experiencias de sincronicidad parecen sugerir que existe un asombroso arreglo entre materia y espíritu, entre la psique objetiva y el mundo de los objetos materiales, vinculados ambos al arquetipo o patrón de organización inaprehensible de lo inconsciente colectivo psicóideo[13].
[2] Haciendo uso del vocabulario de la física cuántica podríamos denominar al arquetipo con el nombre de campo mórfico o, si se prefiere, de atractor.
[3] En mi novela Encuentros en la Oscuridad narro la historia de un personaje que sufre una transformación de la consciencia como la que aquí se perfila. En ella se describe, paso a paso, cómo el personaje principal se ve obligado a hacer frente en su vida personal a conflictos que afectan, en realidad, al colectivo de la época moderna.
[4] Véanse mis ensayos sobre el arquetipo del puer aeternus, así como el ensayo Réquiem por una muerte anunciada. Construyendo los cimientos de una nueva era, en www.odiseajung.com; también Democracias Amenazadas en www.sanesociety.org/es/joseadelgado
[5] Esta última afirmación se basa en hechos empíricos comprobados. Sobre la definición del Self (sí-mismo) remito al lector al libro de C. G. Jung titulado AION, publicado por la editorial Paidós.
[6] Véase mi artículo El aprendizaje sistémico en la Universidad, en www.sanesociety.org/es/joseadelgado
[7] Fritjov Capra, La trama de la vida. Una nueva perspectiva de los sistemas vivos. Anagrama. Barcelona. P. 28
[8] Stanislav Grof, Psicología Transpersonal. Nacimiento, muerte y trascendencia en psicoterapia. Kairós. Barcelona.
[9] Raúl M. Ortega Librero El Alma y el Mundo. Mitos de la Ciencia, en www.odiseajung.com
[10] En la segunda parte de este artículo nos ocuparemos de estos nuevos conceptos que la ciencia más vanguardista maneja con asiduidad.
[11] Un desarrollo del nuevo paradigma puede consultarse en mi libro El Retorno al paraíso perdido. La renovación de una cultura, Sotabur, Soria;yen mi ensayo Simbología inconsciente y Astrología científica publicado en la Jung´s Page norteamericana (www.cgjungpage.org). Véase también Rupert Sheldrake, A New Science of Life. The Hipotesis of Formative Causation, Blond and Briggs, Londres, 1981; Rupert Sheldrake, Fox, M. Ciencia y Espiritualidad, Kier, Buenos Aires. Asimismo, Stanislav Grof, Psicología Transpersonal. Kairós. Barcelona. Ken Wilber, Fritjof Capra, David Peat y muchos otros científicos se han ocupado de exponer las bases del nuevo paradigma de la ciencia.
[12] Carl Gustav Jung, Los arquetipos y lo inconsciente colectivo. Trotta. Madrid. Vol. 9 OC. P. 56-57; el subrayado es mío.
[13] Sobre sincronicidad véase C. G. Jung La interpretación de la naturaleza y de la psique. Paidós. Barcelona; David Peat, Sincronicidad. Puente entre mente y materia. Kairós. Barcelona; José Antonio Delgado González, Teoría del sistema psíquico en www.odiseajung.com y en www.cgjungpage.org ; en la segunda parte de este trabajo desarrollaré esta vinculación entre el mundo material y lo inconsciente colectivo.