Sobre la forja de un desafortunado mito a través de la ignorancia y el oportunismo
Poco voy a aportar de nuevo a todo lo que se ha vertido ya sobre este tema a lo largo de los últimos meses. Mis propias investigaciones me han conducido a menudo a argumentos que convergen con aquellos que ya han sido usados por muchos. La maniobra política que subyace en todo este asunto ya ha sido sagazmente señalada por allí y acullá. Sin embargo, parece que éste es un tema más de tantos en que se hace necesario no sólo hablar claro, sino más y hasta más alto, pues, por un lado, el emotivo hipnotismo que convocan sus fuertes implicaciones arquetípicas produce en muchos caracteres un especial enquistamiento cognitivo (como no podría ser de otro modo), que precisa al parecer de un repetido y continuado tratamiento, y, por otro, muchas son las manos negras que, lastradas desde hace varios siglos con profundos intereses en la cosa, siguen por doquier e incansablemente barriendo pistas, ocultando disidencias y manipulando entendimientos para que sus eslóganes publicitarios triunfen, y con ellos sus ambiciones. Mezquinas, como lo son todas. Sin embargo, no todo este artículo va a ser un mero eco. Traeré algún que otro apunte novedoso, sobre todo al extenderme por el área de mi especialidad y emplear argumentos extraidos de la investigación psicológica. Esa parte no ha sido alcanzada en este debate hasta ahora, y creo que podemos empezar diciendo al respecto algo así como the last, but not least.
La política estuvo al principio, y sigue dominándolo todo aún
Alejandría fue una ciudad inmensamente rica y poderosa. Un centro neurálgico comercial, justo en en la intersección de las más importantes rutas mercantiles dentro del Imperio y centro del intercambio entre éste y los mercaderes de Arabia, Persia e India. Sin dudas, un apetitoso pastel al que todos querían hincarle el diente. Sus habitantes nunca estuvieron cómodos con la impuesta primacía administrativa de Constantinopla, la Nueva Roma, la «nueva rica». La explícita rivalidad entre ambas ciudades impregna la historia tardoantigua, pero estamos quizás más acostumbrados a entenderla a través, por ejemplo, del agudo debate teológico alrededor del nestorianismo y el monofisismo que a percatarnos de que todas esas controversias son indiferenciables de la pugna puramente política. La ciudad de Alejandro tiende a ser orgullosamente autárquica, desde lo económico a lo cultural. Podríamos hablar incluso de un cierto sesgo nacionalista alejandrino, en armonía con la ley sociológica que predice más determinación separatista en aquellos pueblos conscientes de su relativa opulencia (las diferencias de raza, lengua y/o credo a menudo son insuficientes para alentar a un serio activismo en este sentido, y no pocas veces son más bien una excusa -aunque acerca de lo inconsciente constelado con todo esto habría que decir otras cosas, para las cuales no es ahora el momento-). En este contexto es donde debemos entender la facilidad con la que el alejandrino se rebelaba una y otra vez contra el poder imperial, representado por el prefecto. No tenía muchas dificultades el ciudadano judío en afiliarse con el pagano, y ambos con el cristiano de una u otra secta, en contra de la prefectura, si sentían que defendían intereses seculares comunes. En el año 359 un comerciante mesopotámico que conocía muy bien la zona escribe la Expositio totius mundi et gentium, donde asevera que Alejandría «es una ciudad que impone su voluntad a sus gobernantes». Es lógico: a grandes intereses que preservar, grandes audacias. Pero la ecuación de la tensión política es aún más complicada. Hay un tercer poder en discordia: el obispo, el patriarca. La máxima autoridad cristiana, capaz de empeñarse y arrastrar a sus fieles en una oposición cerril contra el prefecto o contra el obispo de Constantinopla. Clelia Martínez Maza [1] lo expresa así: «Las combinaciones posibles son múltiples, pues veremos que en ocasiones la población pagana y judía se une a la facción arriana y el emperador sostiene a la iglesia nicena, mientras que en otras, los nicenos, aun contando con el apoyo de los fieles cristianos se ven sometidos a la persecución imperial«. La disensión filosófica y teológica ora se diluye con facilidad a favor de la confrontación administrativa, ora se recrudece espoleada por las mismas razones. En definitiva, como digo, hay un tono subyacente impregnando y exacerbando las revueltas de este tiempo, que es el de la intriga política, incluso en los casos en que la disputa parece meramente filosófica. Se está intentando reorganizar un imperio, que luce ahora caótico y deslabazado. Desesperadamente se buscan coagular un nuevo orden administrativo y un ideal, una moral y una legislación unificadoras. Todos los bandos recurren a la violencia como recurso in extremis. Es en medio de uno de estos motines alrededor del control de la ciudad donde Hipatia cae asesinada. Del modo brutal en que la turba alejandrina, desde mucho tiempo antes, y mucho después, gusta linchar, no importa qué ideología defienda el reo. No podemos caer en la simpleza de pensar en términos de «cruzada» ni «guerra santa». Nada que ver con el enfrentamiento Ciencia-Religión, consideración extemporánea que hubiera sonado profundamente absurda a la misma filósofa, y trágico evento incluso improbablemente relacionado con la hostilidad entre paganismo y cristianismo.
Hipatia es, en realidad, una mártir más, entre millones a lo largo de la Historia, del juego sucio de las ambiciones humanas más seculares y triviales. Esas que no nos abandonan nunca, nos presida un paradigma cientifista o uno religioso. El artista moderno parece que tampoco ha tenido ningún escrúpulo en resucitar a Hipatia para volver a hacerla pasar por su calvario, usándola, otra vez, para lo mismo que antaño: como provocación y propaganda política, en pos del sacro poder y su correlato el dinero. El director de la película Ágora debería entender así sus propias palabras, cuando dice: «El filme habla del pasado, pero es un espejo del presente».
Amenábar: de director revelación a publicista panfletario
El responsable de que estemos aún hoy hablando de todo esto es el fastuoso estreno en octubre pasado de la producción hasta hoy más cara del cine español, que pretende ser (y ahí empiezan los problemas) un pedagógico drama histórico alrededor de la vida y la muerte de la filósofa alejandrina. Colateralmente a este evento cinematográfico se han ido sucediendo las publicaciones de varias biografías, digamos serias, sobre Hipatia (una de ellas financiada por la Dirección General de Ciencia y Tecnología) y alrededor de diez novelas. Amén de ríos de tinta vertidos en las columnas de los periódicos, de bytes en los blogs y de palabras en las ondas de radio. Distinguir en este panorama dónde empieza el puro oportunismo creativo y hasta dónde llega la concienzuda campaña publicitaria global es ocioso. Es más útil centrarse en lo que el proyecto cinematográfico nos evidencia al respecto por sí solo.
El guión de la película no se aparta un ápice de la tendenciosidad y el prurito con el que se resucitó este tema en mitad de la inquietud ilustrada, allá por el siglo XVIII. La reivindicación de la memoria histórica en torno a los hechos está instrumentalizada desde el principio para ser usada como argumento a favor, en general, del escepticismo cientifista, en particular del anticatolicismo. La forja del mito moderno alrededor de Hipatia comienza con la publicación del ensayo del fervoroso protestante John Toland en 1720, titulado «Hipatia, o la historia de una dama de gran belleza, virtud y sabiduría, competente en todo, que fue descuartizada por el clero de Alejandría para satisfacer el orgullo, la envidia y la crueldad del arzobispo, a quien se conoce de manera universal, aunque inmerecida, como San Cirilo». Como vemos, el título ya graba a hierro en la conciencia colectiva tópicos básicos que aún hoy siguen lastrando y enturbiando el tema. Ante tan suculento cebo se comprende que pique rápidamente el cortés sentimentalismo de los ilustres machos ilustrados, que se hacen jubilosamente eco de la cuestión y cierran filas alrededor de la postura del joven protestante, tan conveniente a sus propias tendencias. No ya el dulzón sentimiento, sino directamente la grosera testosterona es convocada ante un planteamiento del tema con esas mimbres. A Voltaire, por ejemplo, le corresponde la famosa sentencia, tan peligrosamente machista como cualquiera semejante : «Cuando se desnuda a mujeres hermosas, no es para perpetrar matanzas». La idea de una mujer algo así como híbrido entre conejita de Playboy y Einstein, que muere desnuda en una violenta orgía de pasiones desenfrenadas se vuelve irresistible también, cómo no, para la febril y ofuscante proyección del anima de muchos intelectuales posteriores. Leconte de Lisle escribirá en 1874 sus célebre versos «[…]¡El espíritu de Platón y el cuerpo de Afrodita han ascendido para siempre a los bellos cielos de la Hélade!». Aunque con el tiempo se convertirá también en un icono feminista, no cabe duda de que en la entronización de Hipatia como modelo ideológico moderno tiene una participación principal la sexualidad masculina. En realidad, el arquetipo que invoca es prácticamente el mismo que el de María Magdalena, y por la aguda actividad de ese contenido inconsciente en la era actual entendemos, más allá de todo lo demás, que se armen tan fácilmente revuelos sociales alrededor de un símbolo y el otro. Pero no vayamos tan lejos, tan pronto. Quedémonos ahora con la clara idea de que el asunto Hipatia fue resucitado y manipulado para servir a unas determinadas causas ideológicas y políticas, que tienen que ver con el cientifismo y el anticlericalismo, y que fue usado siempre como argumento en contra de las posturas enfrentadas. Especialmente cuando la pugna entre ellas se volvió más agria. Como en Occidente en general, en España en particular, el debate entre esos grandes opuestos dista de ser, digamos, diplomático, de nuevo en estas épocas, ya tenemos la primera pista de por qué esa película está ahora ahí. Hace ya un tiempo que en el combate entre las clásicas facciones se prodigan los golpes bajos basados en los más rancios y caducos lemas.
Supongo que en el siguiente relevo de poder el Estado apoyará una superproducción que sea un remake de Quo Vadis. O algo por el estilo. Pero le costaría bastante esfuerzo a esa tendencia política sacar adelante un proyecto semejante, porque la estrecha alianza entre la élite influyente de famosos de la ¿cultura? española y nuestra izquierda dieciochesca remozada es bastante sólida. Do ut des; yo te apoyo, tú me apoyas. Un bien montado tinglado. De legitimidad democrática ya discutible si se tratara sólo de connivencia ideológica (la intervención de los famosos en la opinión pública nunca queda al margen de la más obscena manipulación hipnótica de masas, que es precisamente lo que pretende Ágora), directamente intolerable cuando sabemos que la simbiosis ideológica es una tapadera para encubrir un gran negocio alrededor de las subvenciones estatales. Que, en la práctica, significan millones y millones para la industria del cine, por supuesto al ser el medio más eficaz de propaganda política, y un gigantesco apoyo a los intereses de la SGAE, que beneficia fundamentalmente al patrimonio de los que ya son famosos y poderosos. Mientras, la creatividad del pintor, el músico y el poeta, los de verdad, sigue luchando con uñas dientes para abrirse camino, como siempre. Sigue importando un rábano que un grupo de jóvenes promesas del jazz tenga que tocar en un club de barrio por poco más que las copas, cuando su arte lo es mil veces más que la mejor interpretación de Rachel Weisz. Pero bien está que sea así, porque sé que, en principio, puede sonar bien esto del Estado como mecenas, y que parece un buen logro más del comprensivo y solidario humanismo laico, pero, en realidad, se trata de la prostitución del arte al servicio de la chulería política. Cuando tantas veces el artista, el filósofo, el científico y el místico han pasado literalmente hambre en pos de preservar su inspiración, su autonomía, su libertad, es porque esas son las condiciones sine qua non para el desarrollo de sus auténticas vidas y obras. El buen mecenas clásico ejerce también su función desde la individualidad, desde la independencia, desde la incondicionalidad. Apuesta a fondo perdido por amor al arte. Los gobiernos democráticos son sin embargo negocios frágiles, auditados cada cuatro años, cuajados por ello de agudos y urgentes intereses, y por esencia inasequibles a la auténtica generosidad, la imparcialidad y la grandeza de miras (atributo que suele colocarnos no en la cúspide de la sociedad, sino al margen de ella). En el más honesto de los casos el engranaje de las ayudas a la cultura es tan frío, ciego e insensible como toda convocatoria de oposiciones. Cuando el artista, el intelectual, cede a la tentación de convertirse en funcionario, se acabó el libre pensamiento, se acabó la sana disidencia, se acabó el arte. Cuando el bufón hace campaña a favor del rey, en lugar de mofarse de él, se ha convertido en estúpido y no sólo lo representa. Cosa que en este país le está pasando a un montón de egregios titiriteros, y que no excusa el pobre argumento de la «responsabilidad política». Cuando eliminemos de la ecuación la sustanciosa bolsa de intereses, podrán en propiedad escudarse en tales términos.
No hay un ápice de demagogia ni exageración en este discurso. Todo esto es realidad bien tangible y cotidiana, conocida y padecida por cualquiera. Hace algunos años yo mismo me topé de bruces con este problema, viviendo una anécdota esclarecedora. Habíamos creado unos amigos y yo un colectivo que quería poner en marcha una radio de barrio, sin ánimo de lucro, que emitiera desde las instalaciones del enorme centro cívico que correspondía a nuestra comunidad. «Radio Arrabal». Cuando nos entrevistamos con el director del centro, un cargo puramente político, las condiciones se nos fueron planteadas taxativamente: seríamos depositarios de la generosidad municipal si el proyecto cambiaba de nombre (le sonaba al tipo lo de «arrabal» demasiado subversivo) y si nos comprometíamos a no criticar abiertamente a la alcaldía de turno, y, antes bien, ensalzáramos sus valores. A veces no hacer algo es en sí la mejor apuesta creativa. Aunque la tentación de vivir del cuento (nunca mejor dicho) es siempre tan, tan grande…
Es así, a través de tales mecanismos y tejemanejes, como el poder que gobierna hoy día ha llegado a hacerlo tan empapado de amiguismos. El lobby impera más que nunca, moviendo ora taimadamente, ora flagrantemente, ciertos hilos esenciales. No olvidemos que la democracia es el gobierno de la publicidad, no de lo público. Un sistema permeable al caciquismo como cualquier otro, con tal únicamente de que la coerción y el abuso estén amparados por una buena campaña demagógica y ejercidos con guantes blancos. En democracia las escopetas se transforman en flautas de Hamelín. Y la libertad y las ratas acaban muertas lo mismo. La «conspiranoia», tan en boga ahora, recibe en esta atmósfera tan llena de fantasmas, mucho más reales que las alucinaciones judeomasónicas del remoto pasado, sobrado alimento.
Sin embargo, eso sí, no puedo acusar a Amenábar de haber vendido su credo al poder para llevar a cabo su megalómano proyecto. Como veremos, él realmente coincide en sus planteamientos ideológicos generales con aquellos de la Ilustración, y por tanto con las directrices políticas básicas de la izquierda del momento. Mi apuesta es que cuenta ni más ni menos que aquello que quiere contar, obviando que quizás por aquí y por allá haya sido obligado a matizar con más parcialidad aún alguna cosa. Ahora bien, en palabras de él mismo, su interés partió de su amor a la Astronomía (Hipatia como astrónoma), siendo que la primera noticia sobre la filósofa la obtuvo a través de la mención que se hace de ella al inicio de la serie Cosmos, de Carl Sagan. Realmente no estaba presente en su ánimo (nos sigue diciendo) el adoctrinamiento de ningún tipo, sino documentar al respecto de la historia de la Ciencia. Pero precisamente ese apunte de Sagan sobre la sabia ya es decididamente parcial, positivista y político, en el exacto mismo tono que tiene su película. Hablar de Hipatia, en sí mismo, ya es convocar una polémica muy determinada. Claro que quizás un día filme algo sobre Hitler y nos acabe diciendo que la película va sobre vegetarianismo y pintura al óleo… La forma que tiene él de negar la evidencia de que su producto es una exposición ideológica muy controvertida de sesgo determinado me hace pensar que, o bien gusta de tirar piedras y esconder manos, con «democrático» guante blanco, o bien ha sido sólo semiconsciente de la implicación real de lo que estaba tejiendo, dirigiendo la película sumido en una especie de trance. Cómo no, me decanto por lo primero. Para empezar, tenemos un flagrante precedente de su querencia por el mensaje político en «Mar adentro». Cuando Amenábar era para mí un joven genio, polifacético y prolífico, capaz de hacer cosas de validez universal como «Los otros», «Tesis» y «Abre los ojos», que se había echado de novio a un conocido de mi hermana, me caía fantásticamente bien, como cualquier Puer o Puella de mis amores. Pero «Mar adentro» me defraudó. No fui consciente hasta mucho después de que ahí había empezado su carrera de cineasta publicista. Sólo de que en esa película había bajado el tono creativo de su director, como si hubiese pasado a rodar de tres a dos dimensiones. Como si en esa obra se hubiera esfumado lo que abunda en las otras: la magia. Hoy sabemos que él, desde el catolicismo familiar, viajó al agnosticismo (que es una postura de fría razón) y después al ateísmo (que es un regreso temperamental a la religión, sólo que de signo negativo). También sabemos, no sólo por su homosexualidad, que la feminidad, el anima, es una fuerza enorme en su naturaleza, pues sus dos primeros cortos se llaman nada más y nada menos que «Himenóptero» (nombre que hereda su actual productora) y «Luna». Es por ello seguro que el símbolo Hipatia le conmueve también desde otra reivindicación política en la que quedó implicado desde el albor del siglo XX : el feminismo. Sumemos a todo esto la burda manipulación de ciertos personajes y hechos, no por desconocimiento, sino con alevosía, a un nivel al que se atrevieron sólo unos pocos protagonistas de este debate en tres siglos (la radical feminista Ursula Molinaro hasta ahora se lleva la palma en inventiva arbitraria). Proceda de su cosecha, o quizás obligado por la mala voluntad de un delegado a quien no quiso negarse, como insinué más arriba, la adulteración aporta saña extra al contenido antirreligioso. Así que, finalmente, el puchero tiene todos los avíos y todas las piezas encajan. Su perfil personal es perfecto para convertirse en un satélite más del actual gobierno, un integrante más del lobby «Los de la zeja», un esbirro más de las huestes dieciochescas tan fanáticas como trasnochadas, y su película Ágora queda así nítidamente contextualizada. La intención es transparente. Para el público y para él, por mucho que se desdiga.
La película cuenta por supuesto con cuantiosas ayudas desde las arcas públicas provistas por la Ley del cine de nuestro país, pero su presupuesto ha sido demasiado grande como para abastecerse sólo de eso. Ha sido la legislación de la UE, que obliga a las televisiones privadas a invertir un porcentaje de sus beneficios a las producciones cinematográficas internas la que se ha encargado de proporcionar el máximo monto. El 88% de los 50 millones que ha costado ha sido desembolsado por Telecinco, a regañadientes (Paolo Vasile, máximo responsable de la entidad en España, ha declarado que Telecinco Cinema «no es una sociedad voluntariamente formada, sino que es fruto de una injusta obligación») . El resto se reparte entre Sogecable, la misma Himenóptero y Mod Producciones. Riesgos asumidos por los creadores: 0. Dicho sea de paso, en tiempos de crisis se hace más sencillo descubrir en qué dirección caen las guaridas de todos los verdaderos amos de la democracia, de los auténticos poderosos. Basta con mirar la veleta que apunta adonde nunca faltan ni las ingentes fortunas ni el trabajo, por recia que sea la que esté cayendo. Qué caros cuestan los votos y la fidelidad del televidente (¿no es lo mismo?), pero ¡qué inversión tan rentable!
Las verdaderas personalidad y obra de Hipatia
Regresemos al principio: ¿quién es realmente esta mujer? Poco se sabe con una rigurosa certeza, y precisamente por eso se presta con docilidad su figura a la mitologización. La posteridad ha dispuesto de dos fuentes principales, contemporáneas y cercanas: la «Historia eclesiástica» del alejandrino Sócrates Escolástico, que la despacha rápido, y la sin embargo abundante correspondencia que se ha conservado de un alumno suyo. Un cristiano, precisamente, que llegaría a ser obispo de Ptolemaida: Sinesio de Cirene. Como quiera que poner el acento en las intensas y extensas relaciones de Hipatia con un cristiano «profesional» es contraproducente para la intención de convertirla en un símbolo de la cruzada antirreligiosa, ésta la mejor fuente para conocer el verdadero pensamiento y el talante de la alejandrina ha sido una y otra vez sobreseída por los forjadores del mito moderno. Amenábar concretamente hace de Sinesio un traidor, fanático y sin escrúpulos, en su peregrino relato, cuando en realidad es el único en toda esta historia del que sabemos a ciencia cierta que hasta su muerte, acaecida unos tres años antes de la de Hipatia, profesó unos amor y devoción por su maestra incondicionales y conmovedores (aunque, justo antes de morir, fue él quien se sintió algo traicionado por la élite alejandrina, que no respondió a su llamado de ayuda para sobrellevar el dolor que al final le condujo a la tumba: la muerte de sus tres hijos). Si podemos estar seguros del valor de la personalidad y el pensamiento de Hipatia, es por Sinesio, ya que él mismo es un gran pensador, del que bien se conoce la obra, y del que no podemos esperar que idolatre precisamente a una musa falsa y tonta.
Un fragmento del texto que aparece en la Historia eclesiástica es el siguiente:
«Había una mujer en Alejandría que se llamaba Hipatia, hija del filósofo Teón, que logró tales alcances en literatura y ciencia, que sobrepasó en mucho a todos los filósofos de su propio tiempo. Habiendo sucedido a la escuela de Platón y Plotino, explicaba los principios de la filosofía a sus oyentes, muchos de los cuales venían de lejos para recibir su instrucción«.
Sinesio comenta en una de sus cartas a su amigo Herculiano, discípulo también de Hipatia:
«Este viaje tuyo y mío, que nos ha permitido llegar a conocer por experiencia cosas que, aunque la fama las contara, no se creerían. Y es que hemos visto con nuestros propios ojos y escuchado con nuestros propios oídos a la auténtica maestra de los misterios de la filosofía. Y si incluso los quehaceres humanos vinculan a quienes se tienen mutuo afecto, a nosotros, unidos como estamos por el intelecto, que es lo mejor de nosotros mismos, es una ley divina la que nos exige estimamos recíprocamente. Y lo cierto es que yo, tras haber disfrutado del trato personal contigo, ahora me figuro que, a pesar de que te encuentras lejos, te estoy viendo«.
Sin embargo, será la «Suda», enciclopedia bizantina redactada en un ya muy alejado de los hechos siglo X la fuente que se convertirá en favorita sobre la vida y la muerte de la filósofa y el pilar sobre el que empieza a urdirse el mito moderno sobre ambas cosas. Pero la Suda, en realidad, lo único que hace es incluir entre sus páginas la obra «Vida de Isidoro», del ateniense del siglo VI Damascio, filósofo pagano, que aún viviendo cuatro siglos antes, sigue estando demasiado alejado en el tiempo y la geografía del origen de nuestra historia. En Vida de Isidoro podemos leer:
«Hipatia, hija del geómetra y filósofo Teón de Alejandría, fue ella misma una muy conocida filósofa. Fue la esposa del filósofo Isidoro y alcanzó su madurez bajo el emperador Arcadio. Autora del Comentario de Diofanto, también escribió un trabajo titulado El canon astronómico y un comentario a las Cónicas de Apolonio […] Hipatia nació, se crio y se educó en Alejandría. Superior en inteligencia a su padre, no estaba satisfecha con la instrucción en cuestiones matemáticas; también se dedicó diligentemente a todas las cuestiones de filosofía. Acostumbraba a ponerse su manto de filósofa y pasear por medio de la ciudad interpretando públicamente a Platón, a Aristóteles, y las obras de algunos otros filósofos para quienes deseaban escucharla. Además de su habilidad en la enseñanza, destacaba en el pináculo de la virtud. Era justa y casta y permaneció siempre virgen. Era tan bella y bien constituida que uno de sus discípulos se enamoró de ella«.
Como vemos, la coloca en el papel de esposa, aunque a la vez destaca que fue siempre virgen (bueno, no es incompatible…). No encontramos ni un solo dato en otro lugar, aparte de esta cita y la de la Suda (que, como digo, son lo mismo) que avale ese supuesto matrimonio de Hipatia, siendo ese un dato biográfico tan señero. Así que de la versión de Damascio de las cosas sólo nos podemos fiar a medias. En otro lugar acota, comparando a su supuesto marido ateniense con ella: «Había una gran diferencia entre ambos, no sólo en lo que diferencia a un hombre de una mujer, sino en lo que distingue a un simple geómetra de un verdadero filósofo«. Esta nota de seguro corresponde, quizás antes que a otra cosa, a una reivindicación del valor de la intelectualidad en Atenas frente a su directa competidora, la alejandrina. Existía mucha rivalidad entre los pensadores de ambas ciudades, y Damascio obviamente estaba comprometido con su tierra. Por cierto, como es lógico, a lo largo de la Historia coexiste paralelo a la tendencia mitologizadora de Hipatia un movimiento, poco exitoso, que con mañas a veces igualmente fraudulentas ha intentado desde siempre desinflar el proceso de martirologización de la ilustre. Juan de Nikiu, un obispo del siglo VII, es conocido por tratar de divulgar la idea de una Hipatia recalcitrantemente pagana, que con muy malas artes extraviaba a los cristianos de su virtud. En el siglo XVIII, el famoso escrito de Toland al que ya aludimos más arriba fue replicado por Thomas Lewis en un ensayo titulado: «La historia de Hipatia, una desvergonzadísima maestra de Alejandría. En defensa de san Cirilo y del clero de Alejandría contra las acusaciones del señor Toland». Como ya señalamos, siglos y siglos de similares acciones y reacciones.
Volvamos ahora al presente. La más profunda e imparcial investigación moderna lograda hasta el momento ha reconstruido la biografía de Hipatia en unos términos que, en palabras de María Dzielska [2], se expresan esquemáticamente así:
«Hipatia vive con Teón, su padre, y se reúne en su casa con sus alumnos, que proceden de la misma Alejandría, de otros lugares de Egipto e incluso de tierras lejanas. Conoce los problemas vitales de la urbe, de la que es residente muy estimada. Se mueve libremente por la ciudad en su carruaje, se deja ver con el manto característico de los filósofos, visita a funcionarios influyentes y frecuenta instituciones públicas y científicas. Figura destacada en la ciudad por su condición de erudita, de mujer hermosa en su juventud, de personaje singular por derecho propio, de testigo de muchos de los sucesos de Alejandría, Hipatia inspira respeto y, en determinados círculos, provoca controversias y llegará a ser objeto de indignación, agresión y degradación».
Teón e Hipatia son, antes que otra cosa, excelentes docentes. Dos excelsos profesores. Clelia Martínez nos cuenta:
«De todos modos, a pesar de la prolífica labor desarrollada por Teón e Hipatia, lo que podemos reconstruir de sus estudios revela que, más que dedicarse a la investigación, fueron magníficos comentaristas y editores. Ambos editaron, preservaron y enseñaron los trabajos de los grandes matemáticos, pero su aportación particular resulta especialmente valiosa sobre todo en el ámbito de la enseñanza. De hecho, sus contribuciones están encaminadas a servir de soporte a su magisterio. Es el propósito fundamental de los comentarios que abundan en el circuito intelectual de este periodo. En ellos no se presenta sólo la edición de una obra antigua, con el sentido crítico que esta tarea tiene en la actualidad. Más bien se trata de textos que no se mantienen fieles a los manuscritos originales, sino que se presentan a modo de versión simplificada para uso de los estudiantes, textos que se expurgan y en los que se incorporan comentarios anteriores, pero que también y sobre todo se actualizan, añadiendo contribuciones propias de extensión variable, diferenciadas del original. Por este motivo, se reconocía la autoridad científica y la autoría de quien escribía, aunque el prestigio de esta labor era menor que el otorgado a la pura creación matemática. De hecho, Teón, en tanto que prolífico autor de comentarios, no gozaba de gran consideración, y por su dedicación a estos menesteres vinculados a la enseñanza se daba por malgastada su vida. Entre los trabajos por los que Teón adquirió cierto reconocimiento ya hemos mencionado su revisión del tratado de Euclides sobre los elementos, que se convirtió en la versión de referencia hasta finales del siglo XIX, y el que dedicó a la Syntaxis Mathematica de Ptolomeo, que permitió una aproximación más cómoda al original gracias, sobre todo, a los abundantes ejemplos de cálculo que Teón proponía a sus lectores. Hipatia también mostró una gran preocupación por proporcionar a sus alumnos textos accesibles que les permitieran profundizar en el conocimiento de los grandes matemáticos. La mayor parte de las fuentes documentales coinciden en presentar los trabajos de Hipatia directamente conectados con su magisterio, destinados a ser utilizados en sus enseñanzas. Éste es el caso, por ejemplo, de su comentario a la Aritmética de Diofanto, en el que se conservan notas, observaciones e interpolaciones atribuidas a Hipatia y que tendrían una finalidad exegética extremadamente útil para sus alumnos, pues incluso hoy en día a este autor se le considera como uno de los matemáticos más difíciles de la Antigüedad. En definitiva, las reflexiones ofrecidas por los comentaristas tardoantiguos como Teón e Hipatia, además de mostrar la alta calidad científica de sus autores, resultaron extremadamente prácticas, pues al facilitar la comprensión permitieron el uso continuado de unos textos que, de otro modo, se habrían perdido irremediablemente. y así, con frecuencia, un gran número de obras originales se han conservado a través de los comentarios o, a menudo, de traducciones del árabe, como es el caso del Almagesto. Sus trabajos se conservaron porque en ellos se percibió un valor intrínseco. Este predominio de los comentarios en las matemáticas alejandrinas de los siglos IV Y V frente a la invención característica del helenismo tardío resulta del todo comprensible, dado el ambiente científico de la ciudad en este periodo. Ptolomeo no tuvo sucesor digno de su talla en el mundo tardo antiguo, y, como veremos a continuación, la escuela alejandrina se limita a comentar su obra. La decadencia del Museo, la destrucción de las bibliotecas permiten comprender que la prioridad máxima del momento fuera la conservación del conocimiento y que la investigación quedara relegada a un segundo plano«.
Ya van regresando nuestros personajes a su verdadera dimensión histórica. Ya se empieza a perfilar su auténtico nivel de trascendencia. La distancia que va de un Ptolomeo a un Teón viene a ser más o menos la misma que la que hay entre Einstein y un brillante catedrático de Física de una universidad moderna. La controversia Galileo-Iglesia no tiene nada que ver con aquello que ocurrió con Hipatia, y no sólo por la esencia misma de los hechos, sino también porque son incomparables los pesos específicos intelectuales.
En resumen, las autorías de Teón de las que se tienen constancia son: trece libros de comentarios a la Syntaxis Mathematica de Ptolomeo (el Almagesto), un Gran comentario en cinco libros y un Pequeño comentario en uno a las tablas también del célebre astrónomo, comentarios a los libros Datos, Óptica y Elementos de Euclides, un tratado acerca de la construcción de un astrolabio o planisferio (Sobre el pequeño astrolabio -que acabará llevando a la práctica Sinesio-), un par de poemas herméticos (dedicados al dios Aion, a Ptolomeo como iniciado, y al misterio de la relación de las estrellas con el carácter y el destino), otro par de poemas más puramente literarios, un ensayo titulado Sobre las señales y el examen de pájaros y graznidos de cuervos y otros dos sobre Sirio y la influencia de las esferas planetarias en el Nilo. De su hija: la colaboración en el tercer libro de comentarios de Teón al Almagesto (y quizás también en el cuarto y el noveno), posiblemente una reedición de las tablas de Ptolomeo, un comentario a la Aritmética de Diofanto, otro a las Cónicas de Apolonio, el perfeccionamiento de la ingeniería del astrolabio plano que inició su padre, y la invención de un hidrómetro. Algunos autores también la hacen responsable de un comentario a Arquímedes y otro más a Ptolomeo, dedicado a las superficies isoperimétricas, pero parecen ser condideraciones demasiado rebuscadas.
Vemos que la especialidad científica de ambos es la Matemática, con una clara vocación hacia la Astronomía-Astrología (aún difícilmente diferenciables). De seguro que aquellos que se habían tragado el bulo de la grandeza y la singularidad de Hipatia en la historia de las ciencias naturales y la tecnología se sentirán decepcionados ante el recuento de los objetivos hechos (aunque tengo que decir que los comentarios de Teón e Hipatia a Ptolomeo son en algunos puntos bastante agudos y sutiles). Pero el panorama cambia si abandonamos de una vez el mito de Hipatia, la sensata racionalista ilustrada, y nos abrimos a lo que verdaderamente ella representó en primer plano, en paralelo con la fuerte inclinación hermética y teúrgica del padre: el saber iniciático, la escuela mistérica, la magia secreta de los números pitagóricos más allá de la sobria y raquítica ecuación lógica, y la religiosidad neoplatónica que, como veremos, es indifirenciable esencialmente del mismísimo cristianismo. Lo cual nos empieza a explicar muchas cosas. Es en esos campos donde ella expresó su máximo esplendor, donde se movía con más gracia, y es en torno a esos contenidos (que a menudo son secretos, mayormente se transmiten de modo oral, y de los que por tanto sólo nos queda indirecta e inferida constancia) donde ella se ganó las cotas más altas de carisma y autoridad, primero que nada ante sus tan conspicuos como místicos alumnos. Así que en Hipatia convergen dos famas que es necesario discriminar: una universal, impuesta por su sonada muerte, que la prensa amarilla a lo largo de la Historia se ha encargado oportunistamente de tergiversar y enaltecer, y otra merecida, seguramente de ámbito más local, a través de sus grandes talentos como profesora de ciencias y, sobre todo, divulgadora y practicante del muy inspirado neoplatonismo y de la filosofía mística en general.
«La unión entre ciencia y filosofía encuentra desde luego en Hipatia un ejemplo paradigmático, y Damascio confirma que quienes transmiten los hallazgos matemáticos de Hipatia a las generaciones sucesivas saben que las matemáticas y la astronomía son simples peldaños hacia un conocimiento superior. Y esa especial inclinación por las matemáticas y la astronomía también dejará su huella en el magisterio filosófico de Hipatia, pues sus enseñanzas se centraron en aquellos escritos que hacían referencia a la metafísica, la cosmología y la epistemología, más que en los trabajos de filosofía ética y política. Sinesio se revela como un brillante discípulo que muestra la completa asimilación de las instrucciones de su maestra cuando en su obra Sobre el regalo enuncia que «la astronomía sirve de ascenso hacia algo aún más venerable… Un paso ya próximo a la inefable teología. Pues la materia se encuentra colocada bajo el feliz cuerpo del cielo, cuyo movimiento les parece a los más encumbrados filósofos que es una imitación del intelecto». [3]
La hija y el Padre
Estamos obligados a plantearnos la cuestión de hasta dónde hubiera llegado el recuerdo de Hipatia si su muerte hubiese sido distinta. Si una horda cristiana descontrolada no la hubiera linchado ¿habría honrado su memoria el fanatismo cientifista de la Ilustración, o la habría despreciado como supersticiosa, si acaso hubiera tenido noticias de ella a través de la obra de Teón y del epistolario del obispo de Ptolemaida? Porque, como ya sabemos, es Sinesio el mejor informador que tenemos acerca de quién era ella realmente, y él nos devuelve la imagen de una mistérica, de una filósofa en el sentido que se llamaban filósofos los alquimistas. Desde luego no de una científica racionalista tal y como hoy entendemos eso. Acceder a la Hipatia puramente matemática sería sólo posible a través de su producción estrictamente académica, y ese es un trabajo forense hercúleo. Primero, porque ya en el siglo X la Suda nos advierte que sus trabajos se han perdido. Segundo, porque aún habiendo sido capaces hoy de rastrear y rescatar cierto monto, separar nítidamente el texto original del añadido por los comentaristas, y diferenciar entre sí a éstos es a menudo todo un rompecabezas. Por ejemplo, en el Almagesto, la distinción entre la aportación de Teón y la de su hija crea disensiones entre los investigadores. Al respecto de la a menudo indiferencible obra de uno y otra, Clelia nos dice:
«En todo caso, las obras en las que Hipatia participa estarían reflejando no tanto sus intereses personales como los de su padre, en la medida en que las aportaciones de la filósofa aparecen vinculadas a los trabajos iniciados por Teón«.
En una imagen muy gráfica, aunque demasiado simplista, podríamos decir que el espíritu de Teón está a la sombra de los grandes pensadores que le precedieron y que el de Hipatia lo está a su vez de Teón. En realidad, al investigador psicólogico no le hace falta rastrear con lupa los escritos tardoantiguos para percatarse de cuál es la energía psíquica que crea una constelación familiar así, y ningún dato más necesita de los que ya dispone hace rato para diagnosticar con precisión qué arquetipo es el que está activado en la vida de Hipatia, conformando su carácter y su obra. Es una potencia precisamente muy presente en la sociedad griega (por razones que expondremos luego), y es bonito decir que en honor a ello fue bautizado como prototipo atenea, la hija de Papá. Es muy divertido el guiño que nos hace la misma Historia, al haber empujado al poeta Maurice Barrés a escribir una obrita titulada «La virgen asesinada», donde se sube en 1888 al concurrido carro de la versión muy libre sobre las historias de nuestra querida filósofa (precisamente contando las cosas de un modo bastante similar al guión de Ágora), en la que le cambia el nombre a Hipatia por el de Atenea.
En un comentario que yo mismo hice a la obra de Shinoda Bolen, expuse mi propia versión del síndrome atenea de este modo [4]:
«La diosa Atenea prestó su nombre a la gran ciudad de Atenas, la patrocinó, y también fue protectora de Esparta. Dos ciudades que enarbolan para la Historia sendos estandartes de la masculinidad: la concentración y profundidad del pensamiento y la pasión guerrera. Así como Esparta y Atenas fueron hermanas y fueron rivales, el pensamiento y la guerra incluso cuando no se llevan bien siguen siendo siameses inseparables. Esto es lo que nos transmite la imagen de la diosa y sus atributos, con su casco, su escudo y su lanza como símbolos guerreros, y su mochuelo como símbolo de conocimiento: un compendio unificado de las cualidades masculinas más determinantes invistiendo a una mujer. Con esta mezcla de géneros, y siendo también una deidad promovedora de la virginidad, a veces no resulta inmediato distinguir una personalidad Atenea de una Artemis. De hecho, hay un subgrupo especial de ateneas que procede de artemisas, donde el pensamiento y la intelectualidad se han solapado a la intuición. Pero la encarnación más frecuente de esta diosa es la mujer decididamente solar, no lunar, cuyo elemento es más la cultura y la civilización que la salvaje Naturaleza, y que se apoya antes en cualidades conscientes como la estrategia y la voluntad que en la recepción pasiva de información desde lo inconsciente. Siendo tan guerrera como Artemisa, mientras ésta lucha casi exclusivamente por preservar su individualidad a salvo de las coacciones sociales y garantizarse el suficiente poder frente al medio que le permita a su naturaleza expresarse sin cortapisas según le venga en gana, Atenea, para quien el medrar en sociedad es vocacional, a menudo también se embarca en arduas y sonoras competiciones por el placer del triunfo en sí, y con avidez de mando, popularidad y reconocimiento. Mientras Artemisa no es raro que sea huérfana (literalmente), en el centro de la personalidad de Atenea, escondida más allá del casco y el escudo, suele haber una tierna feminidad que se alimentó de niña de una profunda relación con el padre, fascinada por sus cualidades intelectuales y sus habilidades técnicas, en la que el latente lazo erótico cedió su lugar a un casto compañerismo, y donde ella empezó a encarnar el carácter de un prometedor hijo varón que continuaría la misión de su padre. Esto suele ocurrir cuando la mujer ya nace con una fuerte complexión masculina implícita en su inconsciente, que puja por salir y abrirse hueco a través de la personalidad femenina (y en la relación con el padre encuentra la primera excusa), pero también hay casos en que Atenea es en realidad una Afrodita educada por sus mentores para el combate. De una forma o de otra, Atenea no es unisex. Su personalidad masculina lo es más que Artemisa, y su personalidad femenina también. Es dos cosas a la vez, lo cual es especialmente problemático. El varón que emerge desde lo inconsciente puede llegar a convertirse en un violento tirano con el ego femenino. A veces le exige a la mujer perfección inhumana, por ejemplo, y es el responsable en último término de la temible anorexia. No sólo a favor de sus intereses profesionales, sino también por las necesidades de su feminidad, Atenea se resiste a la soledad y busca siempre abundantes relaciones masculinas, estando su entorno ricamente entretejido de amigos, colegas, socios y mentores. Pero su pragmática frialdad varonil sostiene un muro que hace imposible un acercamiento verdaderamente íntimo. Sólo un héroe, que supere mil pruebas impuestas, se encontrará con la ternura y la entrega que está guardada con siete sellos en su corazón, un suceso que, desde luego, no ocurre frecuentemente. En alguna ocasión, Atenea se rompe en sus dos mitades, y se convierte en una agresiva ejecutiva de día y en una adicta a prácticas de sumisión sexual de noche.
La leyenda nórdica que relata la rebelión de la walkiria Brunilda contra el belicoso dios Wotan, a favor del amor y la pareja, nos cuenta un proceso de liberación del ego femenino de la cárcel en que se ha convertido un complejo paterno despótico. Pero también hay casos donde la respuesta a un conflicto de esta naturaleza que se ha vuelto desagarrador es justo la inversa: avanzar resueltamente por el sendero de la varonilidad, y ser cada día más Atenea. Espaldas anchas, caderas estrechas. Madre soltera de una numerosa colección de libros«.
Considero la función intuitiva de Teón muy poderosa, más aún que su intelecto (por eso lo aprecio como a un personaje más importante que aquél que la Matemática ha sido capaz de ver en él), siendo en Hipatia la función intelectual (aquella que proyecta en su padre, y que la mantiene atada a él) más determinante de su carácter, pero no tanto que eclipse completamente a su intuición. Siendo atenea una aristócrata académica nata, y artemisa una sacerdotisa desde el momento de nacer, Hipatia representa una mezcla de ambas, como una magnífica expresión de las dos potencias es el platonismo, su lugar por ende natural. Mientras que Teón es, digamos, más mágico, más lunar, que su hija.
Por la misma complexión sexual de este tipo, que se mantiene a menudo en soltería y castidad al sentirse ya psicológicamente casada con el padre-animus desde niña, y porque la práctica del neoplatonismo (como toda escuela espiritual que se precie) imponía la sophrosyne (la contención instintiva, la abstinencia, a favor del autoconocimiento), se entiende perfectamente que Hipatia se mantuviera tozudamente virgen. Todas las consideraciones feministas vertidas al respecto hasta hoy huelgan por no ser más que pura charlatanería sin fundamento. Es más: si de algo podemos quejarnos en Hipatia es precisamente de su escasa autonomía frente al poder que desde dentro tiene en ella la figura paterna. Además, todo el desarrollo intelectual de que es capaz la mujer atenea contrasta con la forma dependiente, asustadiza e infantil en que suele permanecer su sentimiento, capaz a veces de enamorarse (si se lo permite) con un estilo muy ingenuo y espiritual de personajuchos de mediocre talla pero gran habilidad embaucadora, o que contengan algunos matices que a ella le animen a proyectar (supersticiosamente) su idolatrada imaginería paterna. Aunque, como apunté arriba, a veces ese paso es necesario (y el inconsciente urde tan preciosas como efectivas tramas celestinescas para lograrlo) a la hora de escapar del padre personal, con tal de que los consiguientes decepción y divorcio no se hagan esperar demasiado.
Un tema muy polémico y delicado imbricado con todo esto es que el síndrome atenea no es raro que convoque, sincrónicamente, incidentes relacionados con los abusos masculinos. Sobre este tema, demasiado espinoso para abordarlo aquí, invito a la lectura de los libros «Adicción a la perfección» y «Los frutos de la virginidad» de la ilustre atenea Marion Woodman.
La mujer y el pensamiento
María Dzielska dice: «Una gran cantidad de mujeres de la Antigüedad y del primer período bizantino se dedican al estudio de la filosofía. La era neoplatónica produce un gran número de mujeres consagradas a la filosofía«. Cuando el paradigma de las sociedades es filosófico, y empuja a sus ciudadanos a exprimirse la cabeza en pos de las realidades más abstractas, en pos del espíritu, el Logos Spermatikos penetra con su embriagador perfume en todas las concavidades del alma femenina de ese tiempo, convocando muchas vocaciones en su dirección. El Logos es una manifestación del animus tan atrayente para la mujer como una fiesta de camisetas mojadas lo es para lo masculino, capaz incluso de anteponerse a la instintiva atracción femenina por la maternidad y la familia. La filosofía, especialmente la platónica, es una efectiva máquina de incentivar feminidad de tipología atenea, por eso su prevalencia se disparó en la Grecia clásica, la helenística y con la expansión del discurso neoplatónico. En el paradigma mitológico, religioso, medra más el carácter lunar de la tipología artemisa, y bajo la égida del cientifismo el animus queda atrapado en la forma de un amante que promete mucho y luego resulta insatisfactorio, al escindirse el principio masculino «mente» del supraordinado «espíritu».
Cristianismo y Neoplatonismo. Dos caras de la misma moneda
Sinesio como filósofo cristiano se consideraba igualmente comprometido con las propuestas de su religión como con la tradición que enseñaba Hipatia y también con las enseñanzas de Dión Crisóstomo, un sofista cínico y estoico del siglo I. Ningún problema moral para él: el paralelismo entre los postulados de Dión y el discurso de San Pablo es flagrante, acumulándose una evidencia más a favor de la comprensión del cristianismo como secta que medra a partir de la filosofía y la ética helenas, no hebreas. Por supuesto, es preciso tener clara antes que nada la premisa de que es Pablo de Tarso, y no Jesús de Nazareth (ese misterioso personaje), quien cimenta la fe que se extenderá por todo el mundo. Medito en la incongruencia que en realidad es unir en un solo libro cosas tan dispares como el Antiguo y el Nuevo Testamento. Pero era necesario subrayar lo novedoso y singular de la apuesta cristiana frente al estoicismo y el platonismo, frente al honorable pero seco alcance de lo meramente intelectual: un cuerpo mitológico acabado (incluida la indispensable cosmogénesis) que llenase el vacío desamparado del Olimpo en el exilio. Ayer, hoy y siempre, cuando los dioses locales se agotan, es preciso importarlos. El misterio de lo exótico es a menudo la clave rejuvenecedora de las religiones. Más allá de esa necesaria incorporación allende el suelo griego, las consideraciones filosóficas y morales de la última hornada de la filosofía griega y del cristianismo son siamesas. Despojadas ambas de sus liturgias, el arquetipo del espíritu que presentan es idéntico.
La cristiandad es la evolución de la cultura grecorromana, del paganismo. La evolución, ojo. Hablo de algo al margen de las intromisiones, las rupturas, las imposiciones. La apuesta platónica acabó convenciendo al grueso de la intelectualidad griega por encima de las demás escuelas filosóficas a partir del siglo I, por mérito propio. Rápidamente, en un proceso completamente natural, se humedeció con magia, mitos y y teúrgia, un estilo de los cuales es el cristianismo. Y se produjo la consustancial escisión en enseñanza esotérica, para los discípulos aventajados, y exotérica, para la plebe. En la primera rama tenemos, por ejemplo, a los cristianos gnósticos y los neoplatónicos, imbuídos en el lema «La verdad os hará libres». En la segunda a los literalistas, centrados más en los asuntos sociales, en la línea que parece abrir el Sermón de la montaña. Sí, podríamos decirlo así. Sobre esta duplicidad en los niveles de la religión y la filosofía nos cuenta el obispo cirenaico:
«Si esto me lo consienten las leyes del ministerio sagrado que voy a desempeñar, podría ejercerlo de la siguiente manera: en privado me dedicaré a la filosofia, pero en público contaré fabulas en mis enseñanzas (aunque sin introducir cambios en lo que a cada cual se le enseñó antes, sino dejando que todos persistan en sus concepciones previas) […]. Pues, ¿qué tiene que ver el vulgo con la filosofia? La verdad de lo divino debe ser algo inefable, la masa necesita un procedimiento distinto. Una y mil veces más diré que el sabio, de no haber absoluta necesidad, ni debe rebatir ni dejarse rebatir«.
Dzielska nos habla de los intereses esotéricos que Hipatia compartía con sus alumnos, especialmente con el obispo Sinesio:
«Tenemos así cierta idea del ambiente en el que crece Hipatia, y de los intereses -además de los estudios filosóficos- que atraen a sus alumnos. Nuestras suposiciones […] sobre la literatura leída en su círculo se han visto recientemente corroboradas por análisis de las fuentes que se ocupan de Teón. Empapada en la tradición, la familia lee con toda seguridad la revelación de Hermes, los escritos teológicos órficos, diversos textos griegos sobre adivinación y manuales de astrología.
Esos temas dejan su marca en los escritos de Sinesio. Después de regresar a su hogar al concluir otra visita a Alejandría alrededor del 405, «inspirado por Dios mismo», compone, de la noche a la mañana, un tratado y se lo envía inmediatamente a Hipatia para que haga la crítica (Ep. 154). Esta obra, titulada Sobre los sueños, se ocupa de la predicción del futuro, mediante una interpretación de los sueños afinada por la filosofía neoplatónica, y manifiesta un gran aprecio por la capacidad del alma humana para la adivinación: «La superioridad de Dios sobre el hombre, y del hombre sobre los animales, procede del conocimiento: un don que la Divinidad posee por naturaleza, pero que el ser humano puede alcanzar, con cierta plenitud, sólo mediante la adivinación«.
A este nivel se mueven Hipatia, sus amigos y sus alumnos. Por encima de muchas diferencias, que son más perceptibles cuanto más caemos en las apariencias. Por eso suponemos que para ella, como para Sinesio (en su tratado «Himnos» aboga de hecho por una fusión de los principios neoplatónicos y cristianos), no hay problemas en advertir que el neoplatónico predica un monoteísmo tan sólido como el cristiano, y que esa Causa primera, el Uno para unos, el Padre para otros, representa en esencia el Bien (es importante que nos demos cuenta que tanto el neoplatonismo como el cistianismo representan el paso desde el politeísmo pagano de la Grecia arcaica al monoteísmo occidental actual). La segunda persona de la Trinidad es la misma también en ambas sectas: el Logos. Y la tercera, el Alma en unos, la mediadora, y para los otros (aunque con este concepto se han hecho bastante más lío), si nos basamos en la iconografía, que vale más que cien palabras y concilios, la paloma mensajera, el ángel: lo mediador igualmente.
Además, Hipatia gusta de un neoplatonismo reservado, porfiriano, exento de rituales y cultos, lo cual facilita aún más la armonía entre ambas tendencias. En este estado de cosas, no es de extrañar que Hipatia sea íntima amiga y maestra de cristianos, y que Sinesio se cartee casi en los mismo amables términos con ella y con Teófilo, el obispo bajo cuyo patriarcado el Serapeo pagano fue entregado a los cristianos por el emperador Teodosio. Por tanto, por ley transitiva, es incluso probable que la filósofa fuera amiga de él, el a veces llamado «martillo de paganos». En cualquier caso, la toma del Serapeo fue un egregio acontecimiento antipagano que no parece haber conmovido a Hipatia en lo más mínimo, y que no alteró un ápice su desempeño en la ciudad ni el próspero discurrir de sus enseñanzas.
Por supuesto, algunos neoplatónicos se enfrentaron intelectualmente con cristianos, como Porfirio, como también se indisponían entre ellos, así como Porfirio contra Jámblico, del mismo modo en que los cristianos se peleaban agriamente entre sí. Recordemos: pensar y luchar. Pero está claro que no era éste el caso en nuestra historia.
Una vuelta de tuerca más: Dzielska nos informa que existe una leyenda que vincula a Hipatia con algún culto cristiano, que podría ser el ortodoxo, precisamente la facción enfrentada a Cirilo, el patriarca que supuestamente la mandó matar. Seguramente una cortina de humo más. Quedémonos finalmente con la idea de que frente a Hipatia nos encontramos con una mujer profundamente religiosa, de un estilo afín al cristianismo, y que esgrime una actitud ante la vida que es modelo de virtud tanto neoplatónica como cristiana. Lo cual explica sus intensas y extensas relaciones con reputados cristianos alejandrinos y la admiración mutua que parecen profesarse. Esto es así al menos hasta la llegada de Cirilo al poder, a partir de lo cual cambia este idílico estado de cosas. Pero no tanto que nos permita pensar que la causa de su asesinato sea la animadversión ideológica.
Tengamos en cuenta, además, que la Escuela de Filosofía alejandrina siguió abierta sin sufrir ninguna censura hasta el siglo VII, dos siglos después del fin de la filósofa.
La muerte de Hipatia
Fallecido Sinesio, las dos fuentes más serias que nos quedan para comenzar la investigación sobre el asesinato son Damascio y Sócrates. El primero dice lo siguiente:
«Ocurrió un día que Cirilo, obispo del grupo opuesto, pasaba por delante de la casa de Hipatia y vio una gran multitud de gente y de caballos a su puerta. Había quienes llegaban, quienes se marchaban y quienes esperaban. Cuando Cirilo preguntó por el significado de aquella reunión, y los motivos del revuelo, sus criados le explicaron que era la casa de la filósofa Hipatia y que ella estaba saludándoles. Cuando Cirilo oyó esto le entró tal ataque de envidia que inmediatamente empezó a conspirar su asesinato de la manera más detestable. Porque cuando Hipatia salía de su casa como de costumbre, varios hombres bestiales, sin temor a la venganza divina ni al castigo humano, se abalanzaron de repente sobre ella, la asesinaron y cometieron un monstruoso y atroz acto contra su patria. El emperador se sintió profundamente ofendido y sin duda los asesinos habrían sido castigados de no ser porque Edesio corrompió al amigo del emperador, de manera que levantó el castigo, pero la venganza recayó sobre él y su posteridad, puesto que su sobrino tuvo que pagar con creces aquella omisión. El recuerdo de estos sucesos todavía permanece vivo entre los alejandrinos«.
Y el segundo:
«Cayó víctima de la envidia política que dominaba en aquellos tiempos. Dado que ella se había entrevistado con frecuencia con Orestes, fue acusada calumniosamente entre los cristianos de que esto era lo que impedía que Orestes se reconciliase con el obispo. Algunos de ellos, cuyo cabecilla era un maestro llamado Pedro, corrieron a toda prisa empujados por un ardor salvaje y fanático, la asaltaron cuando ella volvía a casa, la sacaron de su carro y la llevaron a la iglesia llamada de Cesarion, donde la desnudaron completamente y la mataron con trozos de cerámica. Después de descuartizar su cuerpo llevaron sus trozos a Cenarion y allí los quemaron. Este asunto constituyó un gran oprobio, no sólo para Cirilo, sino para el conjunto de la Iglesia alejandrina. Seguramente nada puede estar más lejos del espíritu de la cristiandad que el consentimiento de masacres, lucha y asuntos de esta clase. Esto ocurrió en el mes de marzo durante la Cuaresma, en el cuarto año del episcopado de Cirilo«.
Como ya apunté más arriba, Sócrates es fuente más fiable que Damascio, así que le daremos cierta prioridad. Los dos implican a Cirilo, sobrino de Teófilo, que sucedió a éste en el patriarcado alejandrino, no sin cierta renuencia incluso entre la cristiandad, seguramente porque ya le precedía cierta fama de polémico y beligerante. En efecto, su episcopado se va a caracterizar por sostener un intenso pulso con la prefectura y con el patriarca de Constantinopla, buscando en todo momento incrementar las atribuciones, la relevancia y la autonomía del patriarcado alejandrino. La lucha teológica en la que se embarcó contra su rival eclesiástico consistió en defender la idea de que María posee el rango de Theotokos, Madre de Dios (lo cual acabaría convirtiéndose en dogma), siendo por lo tanto que en Jesús la naturaleza divina absorbe y compendia a la humana, anulándola. Nestorio de Constantinopla no quería concederle a María tal rango, y la reducía a Christókos, Madre de Cristo, de tal modo que concebía a Jesús como un ser de naturaleza dual, divina y humana. Es éste un debate de carácter marcadamente gnóstico, de seguro que muy interesante y muy estimulante intelectualmente en la moda de la época, pero que en realidad mal encubre una tensión política subyacente, la misma que enfrentó antes a Cirilo con Orestes, el prefecto, y que fue el detonante de la serie de sucesos que acabaron con el crimen de Hipatia. Hagamos un breve relato de ellos, según la más completa investigación actual:
Orestes, bautizado cristiano, accede a la prefectura de Alejandría poco después de que Cirilo lo haga al episcopado. Los dos son jóvenes e impetuosos. El patriarca está empeñado en atribuirse prerrogativas seculares, que restan autoridad al poder administrativo imperial en la ciudad. Orestes no quiere consentirlo. Eluden enfrentarse directamente, sin embargo, y lo hacen a través de tomar posiciones contrarias en conflictos locales. Uno de estos peliagudos asuntos concierne a cierta polémica entre cristianos y judíos, en la cual Orestes favorece a los segundos. Los judíos, envalentonados con la protección imperial, llegan a organizar matanzas de cristianos. Cirilo entonces se toma la justicia por su mano y expulsa a bastantes judíos de Alejandría, saqueando sus propiedades. Orestes denuncia los hechos ante el emperador, y Cirilo hace lo propio. Según la respuesta de éste, que no se conoce, Cirilo intenta reconciliarse con Orestes, cosa a la que el nuevo cristiano se niega. La comunidad cristiana comienza su rebelión: 500 monjes abandonan sus celdas en Nitria y bajan a la ciudad a defender la postura del patriarca. Uno de ellos, Amonio, apedrea a Orestes (no por mandato episcopal, sino de motu propio). Es capturado por éste y torturado hasta morir. Cirilo lo declara mártir, lo cual provoca una doble reacción entre los fieles: unos rechazan el ungimiento por considerar que Amonio, de hecho, cometió un delito, y en otros se aviva aún más el odio contra el prefecto. Una facción de éstos, ojo por ojo, a manera de turba enardecida ataca a Hipatia (una dama ya con alrededor de 60 años -corría el 415 o 416-), como pieza valiosa del entorno de Orestes.
Sobre por qué se elige como blanco a Hipatia hay varias versiones. En una escalada de violencia como ésta, en realidad, no se precisa más que el simple hecho de la amistad y la camaradería para justificarla como objeto de la venganza, pero es bastante posible que Hipatia hubiera abandonado al final de su vida su neutralidad política para coagular con Orestes un partido contra el abuso de poder que representan las políticas de Cirilo, o incluso que ella hubiera tomado postura por los judíos en esta controversia al contarse entre ellos ciudadanos de los más ricos y de más alta élite, éstos con quienes Hipatia únicamente se codeaba.
Con respecto a la culpabilidad de Cirilo en los hechos, la postura más sensata parece ser la de Sócrates Escolástico: no es culpable directo del crimen, pero lo es en tanto es el responsable de su comunidad y avivó en ella el furor asesino.
Orestes, asustado, desaparece del cargo. Alejandría intentó pasar página, avergonzada. Cirilo, en un sermón en el 419, acusa a los alejandrinos de tener un carácter levantisco y pendenciero. Y en el 422 otra turba descontrolada asesina al sucesor de Orestes en el cargo: Calisto.
Anexo: La innata ferocidad del alejandrino (que decía Damascio)
Hesiquio relaciona la muerte de Hipatia con el asesinato de dos obispos, Jorge y Proterio, imputando todos estos crímenes a «la irreflexión innata y a la tendencia a la sedición de los alejandrinos» [5]. El historiador José Ramón Aja [6] nos cuenta así lo que ocurrió con el arriano Jorge:
«[…] todo ello hizo que la persona de Jorge fuera enormemente impopular entre la mayor parte de los alejandrinos, paganos y cristianos, y que éstos vieran con profundo malestar y mucha cólera -como habría de verse pronto – la vuelta del obispo arriano a su sede el 26 de Noviembre del año 361. Como hace observar Allard, no pudo Jorge escoger peor momento para regresar a Alejandría, pues, efectivamente, cuatro días después Gerontio, el prefecto de Egipto, comunicaba la muerte del emperador arriano (y protector del obispo), y anunciaba la investidura de Juliano como nuevo emperador. Como si tales noticias hubiesen sido una señal convenida, el 24 de diciembre del 361 la población de Alejandría se sublevó contra el obispo, lanzando gritos y exclamaciones amenazadoras. Si bien en un primer momento la muchedumbre se contentó con llevarlo a prisión, al día siguiente, por la mañana, Jorge sufrió una muerte cruel a manos de la turba: después de ser maltratado de diversas maneras, terminaron tirándole de los pies en direcciones opuestas. Junto con él, otros dos personajes corrieron la misma suerte, el primero a causa de que había destruido un altar de sacrificios que se encontraba cercano al lugar donde él mismo había encargado construir la ceca de la ciudad, y el segundo porque en cierta ocasión, encontrándose presidiendo la construcción de una iglesia, había hecho rapar las cabezas de numerosos chiquillos, arguyendo que las melenas eran indicio de paganismo.Cumplida la matanza, los cadáveres fueron llevados por toda la ciudad hasta la orilla del mar: el del obispo a lomos de un camello, el de Draconcio arrastrado con cuerdas; allí los cadáveres fueron quemados y las cenizas esparcidas en el mar, con la intención de que no pudieran ser veneradas sus reliquias ni se les pudiera erigir lugares de culto sobre sus tumbas«.
Proterio, posterior a Hipatia, linchado en el 457, sufre similar suerte. Es muerto a puñaladas en el baptisterio de la Iglesia de San Quirino, luego descuartizado y quemado, y finalmente sus cenizas fueron esparcidas.
Nos servirá de broche de este apartado lo que Clelia Martínez escribe al respecto:
«Y es que, aun siendo distintas las circunstancias que rodean su muerte, tras el asesinato de los obispos y la filósofa se esconden las mismas pautas rituales que incluyen el desfile en procesión del cadáver, el traslado a cada uno de los distritos de la ciudad de una parte de los restos y su posterior incineración. La reproducción del ritual muestra que Hipatia no fue víctima de una extrema violencia por circunstancias que sólo a ella atañen, sino que la crueldad de su suplicio responde a un paradigma bien constatado en la ciudad desde 250, cuando, durante las persecuciones, los cristianos fueron sometidos a una muerte de idénticas características, resultado, no de una violencia incontrolada, sino de un ritual institucionalizado para purificar la ciudad de la contaminación provocada por la presencia y la actuación de los condenados«.
Palabras finales
Pretende este artículo aportar un grano de arena más en el empeño de restaurar la memoria de Hipatia de Alejandría en los términos que en justicia le corresponden. Devolverle su dignidad como discípula egregia de la, a mi entender, más bella y buena tradición esotérica: la del filósofo platónico y post-helenístico, la del gnóstico. Y rescatarla (qué sugerente metáfora) de la paradójica mofa que debe suponer para ella haberse convertido en nuestros tan locos como peligrosos tiempos en «mártir de la Ciencia». Aquella cuya inspiración máxima era la divina Unidad, se ha visto instrumentalizada en vida y en muerte, a lo largo de los siglos, una y otra vez, como arma arrojadiza en mitad de las más fanáticas reyertas. Entre los poderes públicos, entre creyentes de distinta confesión, entre creyentes y no creyentes, entre mujeres y hombres… Es cierto que a veces no hay más remedio que posicionarse. Nadie está por encima del bien y del mal, del blanco y el negro. Seguramente la alejandrina lo supo al final, sintiéndose obligada a abandonar su hasta entonces paradigmática imparcialidad. Espero que este modesto e incompleto trabajo nos ayude un poco a conocer mejor qué bando defiende en realidad nuestra querida Hipatia.
Bibliografía y notas
[1] Clelia Martínez Maza – HIPATIA. Ed. La Esfera de los Libros, 2009.
[2] María Dzielska – Hipatia de Alejandría. Ed. Siruela, 2004, 2009.
[3] Clelia Martínez, op. cit.
[4] Diosa de Ayer, Mujeres de Hoy. Ed. Disco.
[5] Clelia Martínez, op. cit.
[6] José Ramón Aja Sánchez – El linchamiento del obispo Jorge y la violencia religiosa tardorromana. Universidad de Murcia, 1991.
claudio antunes boucinha dice
O texto é tendencioso e carece de análise mais equilibrada de Hypatia. No entanto, ajuda no aprofundamento da História. Muito obrigado!
Raúl Ortega dice
Me alegra que le aporte algo de interés mi trabajo. Estoy además de acuerdo en que mi texto es tendencioso: tiende hacia la objetividad en el tratamiento de los hechos, físicos y psíquicos, de un modo que la postura más popular y extendida (la auténticamente parcial y partidista) carece por completo. Lo que ocurre es que pareciera que la sensatez y la prudencia nos reclamara siempre colocarnos en el término medio, pero eso no es realmente así. La verdad a veces cae en el medio, y a veces en uno de los extremos. De hecho, casi siempre no es ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario.
Pero no se crea usted nada, como hago yo. Investigue por su cuenta, e investigue también al investigador. Sobre todo, no siga ciegamente ninguna postura ni a nadie. Nuestra malograda cultura tiene, sin embargo, algunos aspectos positivos, y uno de ellos es avisarnos constantemente de los peligros de la pura y mera fe.
Un saludo
claudio antunes boucinha dice
hola! gracias por responder a un comentario! Estoy leyendo y estudiando lo que
han escrito! informativos solamente, soy Profesor de Historia, Maestría en Historia
Brasil! Creo en la democracia, en el debate! un abrazo! claudio.
Raúl Ortega dice
Estimado profesor Claudio:
La dialéctica, el debate, es la madre de todo auténtico conocimiento, el fundamento de la Filosofía. Sólo los muy necios podrían no valorarlo. Eso sí: teniendo en cuenta que las verdades más profundas se alcanzan a través del diálogo interno y suficientemente autocrítico de los individuos inteligentes y librepensantes (lo que llamamos reflexión), y no tanto a través de la confrontación colectiva pública y la conversación de salón (o Parlamento). La proporción de avances en la Ciencia debida a excepcionales lumbreras trabajando en solitario en comparación con los logros colectivos es abrumadoramente mayor, como es evidente históricamente. Aunque incluso en el peor de los casos la diléctica exterior es siempre un necesario estimulante. Con ese «peor de los casos» me refiero, por ejemplo, a la circunstancia universalmente extendida hoy en día de que los debates más trascendentes se lleven a cabo por ignorantes y estúpidos que tienen en sus manos las riendas de las naciones. En último extremo, del mundo.
Sólo la verdad garantiza la libertad y la justicia. La masa no puede hacerlo per se, y por eso quien piense que la democracia, en sí misma y por sí misma, es una garantía de libertad, justicia y sostenibilidad, se equivoca de plano, como la Historia misma está demostrando ya (a mí me parece evidente que es así). Pienso que el valor máximo del ideal democrático está en la preservación y el amparo de las fértiles y prósperas individualidad y autodeterminación frente al abuso y la coerción de los líderes necios, garantizando así la libertad creativa y con ella la mejor sucesión en el liderato de los pueblos. Garantizando así la renovación del Héroe. Pero, en la práctica, el panorama que tenemos por delante es el de un imperio, al que llamamos democracia. El imperio de la desinformación, de la mediocridad, de la masa descolorida, insensible y descerebrada entre la cual despuntan los políticos, que son lo mismo pero además cargados de ambición. No hay lugar para la auténtica heroicidad en mitad de todo esto. No hay lugar para la verdad. Lo que llamamos democracia, por tanto, es algo que se traiciona a sí mismo en su misma esencia. En la práctica, lo que garantiza es el poder inderrocable de la ciega psicología de masas. Aquella que lincha a hipatias y arrianos a la menor oportunidad. Que coloca los delirios de Robespierre, Stalin, Hitler o Bush en un trono, y se queda tan pancha. Impunemente.
Para acabar ahora rápidamente: lo que tenemos desde hace unos siglos se parece al ideal democrático original como un botijo al Columbia. Por ejemplo, mientras que la democracia siga estando contenida, apresada, entre esas dos gravísimas ponzoñas artificiosas que son la izquierda y la derecha, cada una a su modo de espaldas a la realidad humana individual y social, el colapso cultural está garantizado, y desgraciadamente ya no podemos regresar en masa a la estable y próspera estructura política de la tribu primordial. De momento, mi voto sigue yendo hacia el «Tertium non datur», hacia un partido político invisible para la mayoría, que se vislumbra siguiendo las huellas de la perspicacia, el ingenio, la inspiración y la sabiduría que sólo proporciona el camino de la Individuación.
Laurens van der Post decía que la política actual debería tener en cuenta la realidad intrapsíquica a la que se asoma la psicología junguiana. Es cierto. Sin eso, todo es la enorme farsa que es. Pero yo me pregunto seriamente a día de hoy si esto será alguna vez posible. Si pueden caber cosas tan anchas y profundas en algo tan plano y angosto como es la administración colectiva. Definitivamente, en su auténtica extensión, no. Pero creo que nos bastaría con integrar un reflejo. Un poco como en los viejos tiempos. Eso sí sería el menos malo de los regímenes políticos que puede esperar nuestra sociedad. Pero nada espectacular. Sólo llevadero. Sólo sostenible. No sigamos esperando salvíficas utopías colectivas ni jerusalenes terrenas porque las cosas en el cosmos no parecen funcionar así. La verdad, la felicidad y la justicia estarán siempre limitadas a nivel colectivo.
Un saludo
Smishiori dice
Saludos, muy interesante el articulo, espero que sigas actualizandolo!