Vamos a charlar un ratito más sobre la Luna. Pero la que más le interesa a Franz, a Jung y a nosotros, no esa enorme pelota colgada del techo con la que nuestra tecnología juega partidos internacionales (la verdad es que a los terrícolas las pelotas siempre son de lo que más nos da juego).
Mare Tranquilitatis, Mare Humorum, Mare Ingenii… ¿Se han preguntado alguna vez por qué no podemos dejar de ponerles nombres marítimos a los desiertos lunares? Se trata de las lágrimas. Luna es Ella, y Ella es siempre tan condenadamente sentimental… Señora de las mareas y las emociones. Histérica y ciclotímica. Radiante como el amor a primera vista. Oscura como el odio en el desamor. Voluble e inasible como la espuma del mar.
Siempre encontraremos inseparable a la Luna de las proteicas aguas, y a las aguas indistinguibles del corazón. Ya sea en el Universo interior o exterior.
La cresta de las olas porta en parihuelas a Aquella que es Luna Invicta: Poderosa Afrodita. Pero el fondo del océano, el vientre húmedo de la Madre, también da a luz al mundo, a la conciencia, a otra hija ilustre. Una extraña criatura, cuya existencia y razón de ser escapa a cualquier pragmática explicación. Venus, cuanto menos, está avalada por la genética. Por millones de años de incansablemente atareada reproducción. Sin embargo, esa otra hija de la Luna ¿de dónde obtiene su aplastante legitimidad, su ineludible inmediatez, su imperial soberanía? En el amor y el sexo lo lunar se revela puerta de entrada hacia el gran y vasto misterio de los reinos de Plutón. Con la Música, ya hemos avanzado, como poco, hasta el hall.
Frank Zappa decía:
Conocimiento no es sabiduría.
Sabiduría no es verdad.
Verdad no es belleza.
Belleza no es amor.
Amor no es música.
Música es LO MEJOR» (la mayúscula es suya)
Sí. El secreto selenita es un secreto musical. Es algo que sé desde antes de saber. Algo que se conoce desde lo lunar de uno. La Música es clave en el misterio de la Luna, aunque a menudo nos despiste disfrazándose de clave de Sol. Por ello, voy a seguir hablando de todo esto en ortodoxa propiedad, y eso no es posible si no se hace a través de canciones.
He elegido cuatro temas, aparentemente dispares, que se encuentran, por otras tantas razones, entre la larga lista de los favoritos de mi audioteca, cuyo nexo en común es, obviamente, el hallarse directamente inspirados por el astro reina. Podría haber elegido bastantes más, por supuesto, porque haberlos, haylos, a millares. Pero a mí me resulta suficientemente ilustrativa esta parca muestra para lo que quiero ahora decir. O, mejor: sentir.
En realidad, son cinco. Pero de ese tema de Radio Futura que homenajeaba, allá por los ochenta, a una vieja conocida, «Luna de agosto», sólo traeré a colación la letra. En honor a cierta poética precisión que no le falta. De entrada, es un bonito manifiesto dionisiaco. Dionisos es apasionado, andrógino, poeta y filósofo maldito, y músico. La buena música es justo ese trago perfecto que el sommelier espera encontrar algún día al descorchar una botella, y el licor de ambrosía que emana de los labios de aquellos que se besan en sueños.
Hazme encontrar el camino, Luna de agosto.
Hazme llegar a mañana sin este sueño asesino,
Madre y Señora del vino, Luna de agosto.
Tú que te bañas en ese charco sagrado,
lleno de mosto morado que nadie puede probar,
tira del carro y rueda con ritmo lento,
hasta que salga del barro nuestro alimento.
Diosa dorada, al recibir tu mirada
crecen las sierpes y huyen retorciéndose.
Luna de agosto, perla madura del cielo,
vengo a buscar tu consuelo, Luna de agosto.
En otros ojos de agua más pura querría mirarme,
mas siempre vuelvo a buscar tu sonrisa de sorna cruel.
Vela conmigo; soy el insomne, tu amigo.
Dame tu antigua caricia y conversación.
Reina del Año, que sea libre de daño
esta cosecha para el futuro bebedor.
Luna de agosto, Madre y Señora del vino…
En la América austral agosto es un mes frío, austero e infausto, cuyo temido carácter se trata de conjurar, en algunas regiones, con un bebedizo brujo de caña con ruda. En el Hemisferio Norte, sin embargo, representa, en principio, un período especialmente amable del año. Ocio de día e intensas noches de ebriedad, amor y fiesta son su sello. Él es la casa radiante del Sol, su apoteosis anual. Justo por eso, tiene una de las lunas más señeras del año, puesto que el poderío de un opuesto convoca con urgencia la presencia de su contraparte. En parte, el filántropo Apolo, el Sol, y la fecunda Diana, la luna llena, afianzan su hermandad en este mes y hacen de él un evento especialmente promisorio para los humanos. Este aspecto propiciatorio es ampliamente abordado por esta canción de los hermanos Auserón, y, así, es más bien dulce el resabor que deja un primer acercamiento a esta pieza. Pero este vino tiene a la vez algunas notas agrias y discordantes, que lo enturbian cada vez más a medida que nos sumerjimos en el vaso: es la oración de un ser atormentado, que tiene en agosto sueños asesinos cuando no está insomne. Y ¿quién es la fuente del insomnio y la pesadilla, el responsable de esa zozobra neurótica, sino lo es la misma Luna, que es lo inconsciente? En efecto: la sonrisa de sorna cruel no puede ser de otra que de ella misma. El músico quiere componer una admirada y respetuosa oda, pero no puede evitar que le rezume una cierta dosis de queja y acusación.
Es que el agua de la Luna de agosto no es pura. Tiene algo tóxico, que empozoña subrepticiamente al mes, también en los calendarios del Norte. Diana no abarca todos los aspectos de esta luna ni de lo lunar, en general; la hermandad con el Sol es sólo una de las fases. En el otro extremo está la luna nueva, que es su acérrima enemiga, su Caín. Nuestra cultura celebra en el solsticio de invierno el triunfo cíclico de la luz sobre las tinieblas, aceptando tácitamente que es una victoria pírrica cuyo resultado se revierte en el solsticio estival. Como ya apunté antes, la revancha de la noche más oscura, la luna nueva, tiene que alcanzar su máxima virulencia en el momento en que el Sol se aferra más orgulloso a su corona, pues lo inconsciente se siente más insultado cuanto más arrogante es el yo (estos fundamentos arquetípicos también son compartidos por la célebre figura del «demonio del mediodía»). La placentera despreocupación, la ebriedad y el clamor erótico que conforman la atmósfera agostiza pueden convertirse entonces en el caballo de Troya dionisíaco que use la Luna para eclipsar al apolíneo Sol. Aunque sin mediación de ninguna borrachera ni enamoramiento el papa Pío XII proclamó en el año 1951 el dogma de la Ascensión de la Vírgen María, a celebrarse el 15 de agosto. Eso es como abrir las puertas de Troya de par en par, sin esperar ni regalos a cambio. Ni aposta el folclore católico podría haber acabado manifestando mejor la constelación arquetípica de la que estamos hablando.
En estas consideraciones quedan resumidos de un modo muy comprimido los grandes temas principales que nos vamos a encontrar en nuestro parco viaje musical.
Comencemos con los tres rubitos apolíneos de The Police. Cómo no: «Walking on the Moon«. Esta canción afianza en 1979 el éxito conseguido por el estilo musical peculiar de la banda, que es el reggae blanco. Podríamos decir que esto es una fagocitación llevada a cabo por la cultura blanca de un estilo puramente negroide como es el reggae jamaicano, similar a aquello que ocurrió entre el paliducho R&R y el afroamericano blues. Con ese color de pelo, ese nombre y ese estilo tropical descafeinado, la banda de Mr. Sting se revela como un conjunto «solarizador»; o sea, «deslunizador». El reggae blanco permite ser escuchado, bailado y tocado sin el acompañamiento de una intensa ingesta de hachís, por ejemplo, y, eliminado ese y otros ingredientes lunares y dionisíacos, que constreñían el consumo profuso de reggae a cierto grupo social delimitado, alcanza un éxito de formato más universal. Reggata de Blanc es un LP que pasa a las estanterías al lado de Bob Marley, Triana, Tequila, Camilo Sesto, Gloria Gaynor o José Luis Perales indistintamente.
«Walking on the Moon» se ocupa del hecho objetivo de la llegada del hombre a la Luna, con un cierto toque, muy suave, muy blanqueado, de ironía. Musicalmente es una pequeñita preciosidad.
Caetano Veloso, si no tiene el récord de canciones famosas cuyos títulos contienen la palabra «lua» (luna), poco le debe faltar. La lua es para él, indiscutiblemente, la benefactora Diana, la versión nocturna del Sol. Ella es su musa artística, responsable de su prolífica e inspirada producción. Es una luna, un anima, confortable y complaciente la que afeminiza y transexualiza su carácter. Mantiene con ella una relación basada en un complejo materno positivo, podríamos decir, y su lirismo plasma esa típica fascinación que lo homosexual suele tener hacia la Madre, lo femenino benefactor. Una efervescente numinosidad que se proyecta a menudo también en la madre personal.
«Lua de São Jorge» es una entrañable composición que convoca de un modo muy directo, en el corazón sensible, todo el pantone de sentimientos que evocan imágenes arquetípicas profundamente bienhechoras, como por ejemplo la Virgen María y el Ángel de la Guarda, hasta formar un nudo en la garganta de color verde, el de la más inocente esperanza. Al ser de todos modos un símbolo pagano queda incluida la alusión explícita a la promesa de plenitud que llega desde el amor romántico, en su expresión más ingenua y puberal (o sea, más hermosa y auténtica). Esta blancura y pureza de sentimientos carga a esta, en principio, alegre composición con cierto toque de nostálgica morriña, por aquellos paraísos adolescentes perdidos (dolor que se siente más agudo en el alma del viejo zorro, ya obligado por la vida a trocar aquel candor original en cinismo). Lo cual la acerca al blues, cosa que reflejan además los acordes cerúleos, blussys, que Caetano ha elegido para arreglar ciertos pasajes de su composición.
Brasil, de por sí, siempre evoca en el alma europea la nostalgia por los paraísos perdidos. El viejo estereotipo del robo del banco con fuga a Río tiene, de hecho, un enorme trasfondo de ingenuidad infantil (por favor, no se pierdan una obra maestra de Terry Gilliam intitulada así: «Brasil»).
«Lua de São Jorge» es un concepto autóctono del folclore brasileño, donde se cree ver en la forma de las manchas lunares el retrato de la lucha de San Jorge contra el dragón. Sin más que eso podríamos deducir frente a qué tipo de feminidad arquetípica, de anima, nos encontramos: aquella que se enfrenta a la tiniebla con ferocidad masculina, solar.
Ahora viajamos a justo lo opuesto. Los oscuros y taciturnos Pink Floyd son algo así como la fuerte resaca que queda después de un Woodstock. La revolución de Mayo del 68 propuso la apertura de las puertas de lo inconsciente, sin mesura y sin precaución, alentada por un optimismo hacia el mundo lunar que estaba basado en el desconocimiento de la otra mitad de su verdad. A pesar de que la espiritualidad hippie trataba de fundamentarse en la oposición a los dogmas del Sistema, intentó establecer sus comunas asaltando las puertas del Cielo con un entusiasmo similar al progresismo industrial y al positivismo científico. El slogan tácito era algo así como «Iluminación e individuación en masa, ya. Okupemos el castillo del Sí-mismo, aprisa y a la fuerza». Hay que decir que justo en mitad de esta atmósfera cultural es donde ocurre la irrupción celestial del Apolo XI, y que, desde luego, esto no es nada casual. Fue, indiscutiblemente, una época de grandes viajes.
Los chicos de Pink Floyd, sin embargo, siempre estuvieron muy sensibilizados hacia las sombras de todo esto que ocurría en sus vidas y alrededor. Como apóstoles del movimiento contracultural, por supuesto que eran bien conscientes de la oscuridad apocalíptica de nuestro Sistema, pero también estuvieron obligados a serlo muy precozmente del mal viaje hacia la alternativa del paraíso lunar: Syd Barret, originario líder del grupo, se volvió psicótico crónico por abusos con el LSD después de grabar el primer álbum. Este suceso fue un shock traumático para el resto de los componentes, especialmente para Roger Waters, que se encargaría de liderar el grupo en las décadas posteriores y de convertirlo en lo que hoy es en la historia de la modernidad. La obra de Roger no ha dejado nunca de volver una y otra vez a ese lugar, y se ha ocupado constantemente, ya sea de un modo más explícito, o menos, del aspecto sombrío de las relaciones entre la conciencia solar y lo inconsciente lunar, en paralelo a sus sempiternas críticas a la cultura occidental. Esto ha sido así porque él mismo tiene un talante lo suficientemente neurótico como para atisbar qué significa en el fondo una desgracia como aquella, y para sentir vivamente la universal problemática existencial que rodea el enfrentamiento entre los seres humanos y esa energía cósmica terrible que representa la luna nueva (el inconsciente destructor). Todo lo cual emparenta su ser creativo con el del artista decimonónico, que en su atormentada búsqueda contracultural se enfrenta con una honestidad a lo que verdaderamente hay más allá de las puertas de la percepción que la estúpida y artificial postura moderna del sex&drugs&rock’ n’ roll no puede ni soñar. The Alan Parsons Project es otra exitosa banda de los setenta post-hippies, que se regodea constantemente en una idolatría hacia la figura de Edgar Allan Poe. Es por ello que sus conceptos y atmósferas resultan a menudo muy similares a las transmitidas por Pink Floyd, aunque formalmente tengan sus artes poco que ver.
La música de los Pink Floyd es a menudo una mezcla indisoluble de angustia neurótica mórbida y angustia filosófica trascendental, tal y como ocurre en el resto del mundo del arte muy a menudo, y en la consulta del terapeuta todos los días. Waters padece un contundente complejo materno negativo, y se enfrenta en su alma a un anima tan oscura y terrible que uno de sus más famoso discos, The Wall, rezuma de principio a fin un profundo reproche misogínico.
En mi selección aparecen dos temas, indisolubles, traidos, claro, desde «The dark side of the Moon» (La cara oculta de la Luna), legendario álbum de 1973, cuyo título lo dice todo. Y si no todo, que lo terminen de clavar los nombres de los cortes elegidos: «Brain damage/Eclipse» (Cerebro dañado/Eclipse) (en realidad, el disco estuvo a punto de llamarse «Eclipse – Una pieza para lunáticos variados-«). Es una composición in-crescendo, que empieza en el terreno de las patologías psíquicas personales, con una letra que arranca con un «The lunatic is on the grass» (El lunático está en el césped), y que luego, en Eclipse, entra de lleno en el terreno arquetípico, convirtiéndose en un apoteósico himno al poder aniquilador de la luna nueva, una apología apocalíptica, que parece inspirada en los cultos a la negrísima diosa Kali en la India. La letra de Eclipse es ésta:
All that you touch, and all that you see
All that you taste, all you feel
And all that you love, and all that you hate
All you distrust, all you save
And all that you give, and all that you deal
And all that you buy, beg, borrow or steal
And all you create, and all you destroy
And all that you do, and all that you say
And all that you eat, and everyone you meet
And all that you slight, and everyone you fight
And all that is now, and all that is gone, and all that’s to come…
Everything under the Sun is in tune
But the Sun is eclipsed by the Moon
Off Voice: «There is no dark side of the Moon really. Matter of fact it’s all dark.»
(Todo lo que tocas, y todo lo que ves
Todo lo que saboreas, todo lo que sientes
Y todo lo que amas, y todo lo que odias
Todo aquello en que desconfías, todo lo que atesoras
Y todo lo que das, y todo lo que negocias
Y todo lo que compras mendigas, pides prestado o robas
Y todo lo que creas, y todo lo que destruyes
Y todo lo que haces, y todo lo que dices
Y todo lo que comes, y toda la gente que vas conociendo
Y todos aquellos a quienes ofendes, y todos aquellos contra los que luchas
Y todo lo que hay ahora, y todo lo que se ha ido, y todo lo que vendrá…
Todo cuanto existe bajo el Sol está en armonía
Pero el Sol es eclipsado por la Luna.
Voz en off: «No hay un lado oscuro de la luna realmente. De hecho, todo es oscuro.»)
Evidentemente, la interminable lista de cosas que se ocupa de señalar el poema son un inventario de los contenidos de la conciencia. Por eso están todos referidos al yo, son acciones y hechos del yo. Quiere ser adrede un recuento cansino y largo, porque quiere dejar claro que es un universo infinito de cosas, para así luego sorprender más en la última línea, desvelando de repente la existencia chocante de otra realidad, cuando parecía que no podía caber ninguna otra cosa en nuestro Cosmos. Dicho sea de paso, esto es un perfecto paralelo de los conceptos sobre el Tonal y el Nagual que expresa Don Juan en una conversación reflejada en Relatos de Poder, uno de los libros de Carlos Castaneda.
Roger Waters se desvela aquí conocedor de que ni su fama, ni su poder ni su dinero sirven de mucho a la hora de enfrentarse con su anima. Pongo cursivas en conocedor porque desde luego se trata de un saber tácito, aún muy alejado de las facultades racionales plenamente conscientes.
Todo cuanto existe bajo el radiante Sol de agosto está en armonía. Incluso en lo desagradable, existe un orden asumible, y asumible quiere decir controlable. Pero entonces la Luna de agosto, el rival acérrimo de la Luz, como un tigre que salta de repente desde una oscuridad que parecía completamente vacía, arrebata para sí el dominio de la situación. Jaque mate. Comienza el auténtico caos.
Esto forma parte de todo encuentro real con el anima personal, y socialmente son hechos también inapelables en relación al tan traido y llevado asunto del retorno de la Diosa. Son los hechos que dan lugar a la Nigredo: la neurosis, la psicosis, la depresión. Este aspecto del arquetipo lunar que tanto ocupa y preocupa a los Pink Floyd es el que también interesa a Marie Louis von Franz en esta cita extraida desde «La leyenda del Grial»:
La luna muestra especialmente durante la fase de novilunium su lado inquietante y peligroso, puesto que, tal como se dice en Salmos 10, 3, los impíos tensan sus arcos durante la oscuridad de la luna nueva y disparan a aquellos que poseen un corazón sincero. En este momento aparece el sol en conjunción con la luna y se contagia de su caducidad y corrupción, oscureciéndose en un sol niger, puesto que la luna posee una naturaleza infernal sorprendente. De ella forman parte la serpiente, el tigre, los manes, los lémures y las divinidades infernales. Este aspecto sombrío de la luna entra especialmente en consideración en este contexto. Paracelso asegura que la luz de la luna es un «fuego húmedo de naturaleza fría indicado especialmente para ser envenenado con suma facilidad».
Pink Floyd nunca tuvo componentes femeninos. Ellos siempre fueron cuatro músicos: Mason, Wright, Gilmour y Waters; como instrumentistas, más bien mediocres, o hasta malos. Sin embargo, el disco Dark side of the Moon jamás habría tenido tal repercusión sin la colaboración estelar de un brillante elenco coral femenino. Clare Torry, una inglesa con voz de soul, deja su impronta para la eternidad en el tema «The great gig of the sky». Ella, junto a Lesley Duncan, Doris Troy y Liza Strike son nada más y nada menos que la voz de la Luna, sin lo cual esta obra ganaría mucho en insignificancia.
A modo de curiosidad, apuntaré que aún en el 2006 los oyentes de la Australian Broadcasting Corporation lo votaron como álbum favorito. En 1990, otra vez los australianos lo habían escogido como predilecto, aquella vez como mejor disco para hacer el amor (queda bien clara la eficacia que tiene la estrategia del caballo de Troya en manos de la luna nueva).
La grabación que presento es una toma procedente del concierto que se publicó con el nombre de P.U.L.S.E en 1995, en el cual no participó Waters:
Seguimos un poquito más con el mismo disco. Vamos a deternos un momento en su portada:
Es excelso este símbolo. A la altura del Ouroboros, sin dudas. Incluso he visto algún arreglo donde se conjuntan los dos, haciendo circular la luz. Evidentemente, el rayo de luz blanca, insulso, es el mundo que perciben nuestros sentidos, el mundo de los deseos del ego, etc. En definitiva, todo ese largo inventario de nuestros asuntos conscientes. La realidad externa. El maravilloso arco iris, que aparece por detrás, es la representación del paraíso secreto de lo Inconsciente. La realidad interna. El país de las hadas, que se encuentra en la cara oculta de la Luna. Ese haz tornasolado de luces está emparentado muy directamente con la cauda pavonis, la cola de pavo real, que es una vieja metáfora empleada en la Alquimia para hablar del encuentro con la sagrada Piedra Filosofal, del encuentro con la Totalidad. Caetano Veloso ya había llamado a su Lua «cauda de pavão» (literalmente: cola de pavo real), no más que en la primera estrofa de su amable canción. Pero ¿no era que esta obra estaba inspirada fundamentalmente por el aspecto destructivo y enloquecedor de la Luna? ¿Dónde está la belleza y la magnificencia de eso? Tenemos que regresar aquí a la paradoja de la que partíamos desde la introducción basada en el tema de los hermanos Auserón. Cualquier producción procedente de una inquietud auténtica de los arquetipos tiene ineludiblemente que participar de lo paradójico. Desde detrás del amable rostro de la Madre y Señora del vino vimos cómo se asomaba otra cara, bastante indeseable, y ahora estamos ante el evento inverso: justo al lado de la luna capaz de arrasar el mundo entero aparece esa otra a quien Veloso dedica su canción.
Otro archiconocido tema decía: «Aguas que mueven molinos, son las mismas aguas que pueden matar». ¿Será así? ¿Son exactamente la misma luna todas? ¿el mismo arquetipo, disfrazado de manera diferente para según qué ocasión, o afectado de una especie de trastorno de identidad disociativo? ¿O son algo así como arquetipos hermanos, que pueden llegar a aliarse en orquestada colaboración, pero en último término siempre diferenciados? Es una dificilísima cuestión. Si dejamos que tomen la palabra las mitologías, vemos que en la griega quedan claramente distinguidas unas deidades femeninas de otras. Diana nunca es Deméter, por ejemplo, y menos aún Medusa. O las Moiras, que nunca llegan a ser ni siquiera «una y trina». Siempre son tres. Sin embargo, en la mítica hindú, que, dicho sea de paso, siempre acaba demostrando su superioridad sobre las demás tarde o temprano, se nos muestra a la bella Parvati, la consorte de Shiva, siendo exactamente la misma deidad que Durga, e incluso que la horrible Kali. Este debate no es más que otro modo de abordar el peliagudo tema de la realidad arquetípica como politeista o monoteista en última esencia, algo que vamos a eludir aquí, tomando el socorrido camino del medio: seguiremos hablando de la existencia de varias lunas, y diremos que todas están íntimamente relacionadas entre sí, incluso cuando no lo parezca en absoluto. El hilo conductor que las enlaza a todas es el proceso de transformación al que nuestra psique se debe. En la portada del disco, el prisma triangular representa al mismo tiempo el proceso de metamorfosis en sí y el matraz, la matriz, de esa mutación. El alma, diremos. El receptáculo donde convergen todos los ingredientes del brebaje alquímico. El campo de batalla entre ellos, y su tálamo nupcial. El procedimiento busca un renacimiento del ego, para lo cual ineludiblemente éste tiene que atravesar una muerte. Para que se produzca la muy deseable creación del mágico y real arco iris desde la prosaica e ilusoria luz blanca, el paso obligatorio es una destrucción. El prisma triangular es entonces una tumba y una cuna. De hecho, el triángulo que aparece es una abstracción de un prisma piramidal, y la pirámide egipcia, que es algo que se nos viene a todos rápidamente a la mente nada más ojear el símbolo, es exactamente eso: una tumba, y una cuna para el renacimiento en el más allá. O sea: en la cara oculta de la Luna. Estas perspectivas nos permiten entender con bastante claridad por qué aquello que la Luna esconde se intuye unas veces como diabólico y asesino y otras como salvífico y redentor, y, a menudo, a la vez de las dos formas. En su fase llena ella es una solícita madre. El secreto atesorado en su seno es un hijo. Un hombre nuevo. Un Nuevo Orden. Está llena precisamente porque está preñada. Ese Hijo de la Luna es el destino, la individuación. La mejor esperanza; para cada individuo, para toda la sociedad. En su fase nueva oculta una guadaña, una horca. Una cruz. Un altar sacrificial. Ella es la que poda los obstáculos, la que limpia la maleza, la que corta por lo sano, si es necesario, para abrir camino. Se le llama nueva un tanto apotropeicamente, pero no sin legítima razón: si no muere el viejo orden, el nuevo estado de cosas nunca se manifestará. Ella representa el Fin que está indisolublemente unido, como en el Ouroboros, al Principio.
Ahora podemos decir que el poema Eclipse debe ser entendido en modo dual: desde un lado, es una atormentada letanía del ego donde éste nos habla de su impotencia frente a una fuerza kármica que con sólo un chasquear de dedos puede convocar la desgracia, la mala suerte, la enfermedad, la locura, la muerte. Desde otro, es el ego en connivencia con la luna nueva, que le ruega en una plegaria a ésta que venga a destruir toda la iniquidad y falsedad que percibe en sí mismo y en el mundo, con un acto apocalíptico. Por supuesto con las miras puestas en la venida de un subsiguiente Reino de Dios.
Un aspecto del anima, o un anima, es la que mantiene estrangulado al corazón de Waters, y la que se llevó para siempre la cordura e integridad de Syd. Otra es la musa que inspiró a los dos. La fuente de su creatividad, y, por ende, de su éxito. La que un día tomó la mano de Roger y la colocó con delicadeza sobre el mástil de su primer bajo eléctrico. La instigadora de sus mejores reflexiones filosóficas sobre la absurdez cultural actual. La luna nueva no lo dejó nunca en paz porque, obviamente, esperaba de él que se siguiera transformando. Pink Floyd seguramente no era la meta final de su Dharma. De hecho, en las entrevistas hemos leído a menudo a un Waters que se encontraba muy incómodo participando del show business (Dark side of the Moon es un disco que en buena parte nace desde la autocrítica a la propia máscara de estrella musical).
Habría que decir que si los artistas supieran seguir los avisos y dictados de lo inconsciente al pie de la letra habría muchísimos menos discos en el mercado.
Como ya sabemos, a la luna nueva puede pasarle como a Sejmet en su mito: que en su noble aunque desagradable misión se le pase ampliamente la mano, quebrando definitivamente lo que ya nunca podrá renacer ni recomponerse. Quizás desde una perspectiva elevada incluso en esos casos exista sentido y justicia últimos (para los arquetipos la enfermedad y la muerte son una necesidad que parecen tomarse con total naturalidad), pero a nosotros los humanos difícilmente nos parecerán ciertos actos infaustos del destino algo diferente del sinsentido de lo puramente diabólico.
La imagen del haz de luz que se transforma desvelando sus secretos tesoros parece que se ha convertido en un potente símbolo. El éxito en la actualidad de esta renovación del clásico alquímico de la cauda pavonis sin dudas tiene algo que ver con ser una imagen que nuestra cultura asimila rápidamente al laboratorio óptico de nuestro ídolo Newton. Ese toque cientifista nos facilita muchísimo su digestión (curiosa y paradójicamente, hay muchos que consideran a Newton el último de los grandes magos y no el primero de los grandes científicos). Sobre la numinosa universalidad de este moderno símbolo he hablado ya en varias ocasiones. Una vez en mi adolescencia el liceo me encargó un mural para la entrada al edificio, y yo elegí mostrar el símbolo del haz de luz atravesando el primsma piramidal. Solo que a la hora de realizar mi obrilla cambié el haz por una carretera asfaltada, con sus correspondientes líneas blancas de señalización. Así me aseguraba que quedaba más explícito el símbolo del rayo de luz como camino, destino. Esto fue lo que también se le ocurrió a Rubén Blades, o a quien quiera que fuese, cuando se confeccionó la portada del disco «Agua de Luna»:
Luna, arco iris, camino. Unidos ya para siempre. No me sorprendí cuando cayó este disco en mis manos, cuando ya llevaba el mural muchos años pintado en la entrada al liceo y ya había dejado de escuchar a los Pink Floyd desde ese mismo tiempo atrás. Es una constelación simbólica necesaria, por natural. Con esa misma naturalidad aparece ya en el título la palabra «agua» asociada a «Luna».
Aquí no hay pirámide de transformación. Directamente aparece el alma humana como espacio contenedor, como escenario, de la metanoia. El genial Rubén presta su estampa. Ha decidido colocarse en actitud de místico éxtasis mientras la luz/carretera lo empala. El arco iris aparece en forma de aura, de halo santificador. También parece un escudo que trata de proteger a esas personas de la luminosa lanzada, pero no voy a complicar la exégesis de nuevo regresando a las consabidas paradojas. Quedémonos con lo abiertamente evidente, que es en este caso una representación de la Albedo. La Albedo es luna llena parida, renacimiento. Ésta es de nuevo una «lua estilo Veloso». El agua de Luna es el rocío que lava toda la oscuridad y dolor y bautiza al hombre nuevo, para un orden nuevo. La Albedo lava el caos de la Nigredo otorgando un nuevo sentido al vivir; otorgando una misión, un destino. La letra del tema elegido de este disco, que es el que le presta el nombre, va a acabar referiéndose a la esperanza en la inminente mejora socioeconómica en Iberoamérica, algo que nace desde la vocación política de Blades. Con tanta sensibilidad artística, esa vocación tiene que tender al idealismo. De hecho, su gran sueño es bolivariano: la unidad hispanoamericana. A más idealismo, más conexión con las ideas primigenias, las ideas filosóficas y religiosas arquetípicas. O sea, más profundidad espiritual. Cosa que rápidamente reflejan las portadas y las letras de las canciones, si estamos hablando de músicos. Así de penetrante comienza «Agua de Luna»:
No hay respuesta a la pregunta ¿para qué uno nace?
No hay respuesta a la pregunta ¿para qué uno muere?
Misterios, que no tienen fin.
Yo sólo sé que cuando hay vida todo se puede y
que si uno usa lo que tiene comprenderá que se
puede dar sentido a lo absurdo haciendo que sea
este mundo la razón de nuestro llegar.
Si me inventaron yo también puedo inventar mi
propio rol y justificar en esta tierra mi voluntad.
En vida o muerte tranquilidad tiene el que bebe agua de Luna.
Algunos versos sueltos que aparecen después, en las descargas:
Tras la tormenta el sol brillará, yo sé que viene
Vuelvo a la entraña de mi mamá. Floto sonriendo
El rocío de las estrellas cualquier enfermedad cura
Vuelvo a la entraña del cielo, y me abraza su hermosura
El nombre completo de Rubén es Rubén Blades Bellido de Luna. En este disco la instrumentación corre a cargo del magnífico grupo de salsa Seis del Solar. Aleister Crowley, el terrible mago negro inglés, popularizó la exégesis del número 6 como símbolo solar. Él se hacía llamar «la Bestia 666», lo que para él significaba pura luz y energía del Sol (del Sol Niger, el Sol Negro, apostillaríamos nosotros). El grupo musical no aguantó mucho con ese ambiguo seis en el nombre. Se lo acabaron cambiando a Son del Solar.
Cuando los arquetipos están constelados, la inspiración fluye generosa como el mosto en la taberna y los guiños y señales conforman un entretejido espectáculo de belleza sin igual.
Musicalmente, los discos de Rubén en asociación con el sublime trombonista Willie Colón y su banda marcaron lo que para algunos críticos es un hito en el desarrollo musical del siglo XX. «Pedro Navaja», «Plástico» y «Siembra» son ya una especie de patrimonio cultural de la Humanidad. Con Seis/Son del Solar la cosa tampoco está nada mal: «Decisiones», «El Padre Antonio y Su Monaguillo Andrés»…
Agua de Luna es un tema que se prolonga en unas largas descargas (improvisaciones) muy explosivas, optimistas y festejeras, todo impecablemente ejecutado. Lástima que la producción de este disco no haya estado a la altura. Realmente la mezcla final no da la talla.
Raúl Ortega dice
Ésta es la conversación entre Don Juan y Carlos Castaneda a la que me refería arriba (Relatos de Poder, C.C.):
«‑El tonal es todo cuanto conocemos ‑repitió lentamente‑. Y eso no sólo nos incluye a nosotros, como personas, sino a todo lo que hay en nuestro mundo. Puede decirse que el tonal es todo cuanto salta a la vista.
«Lo empezamos a cuidar desde el momento de nacer. En el momento en que tomamos la primera bocanada de aire, también ese mismo aire es poder para el tonal. Así que, es muy apropiado decir que el tonal de un ser humano está ligado íntimamente a su nacimiento.
«Debes recordar este punto. Es de gran importancia para entender todo esto. El tonal empieza en el nacimiento y acaba en la muerte.»
[…]
‑Todavía no puedo entender, don Juan, lo que quiso usted decir con la frase de que el tonal es todo ‑dije tras una pausa momentánea.
‑El tonal es lo que construye el mundo.
‑¿Es el tonal el creador del mundo?
Don Juan se rascó las sienes.
‑El tonal construye el mundo sólo en un sentido figurado. No puede crear ni cambiar nada, y sin embargo construye el mundo porque su función es juzgar, y evaluar, y atestiguar. Digo que el tonal construye el mundo porque atestigua y evalúa al mundo de acuerdo con las reglas del tonal. En una manera extrañísima, el tonal es un creador que no crea nada. O sea que, el tonal inventa las reglas por medio de las cuales capta el mundo. Así que, en un sentido figurado, el tonal construye el mundo.
Tarareó una melodía popular, golpeando con los dedos un lado de su silla, para llevar el ritmo. Sus ojos brillaban; parecían centellear. Chasqueó la lengua, meneando la cabeza.
‑No entiendes ni jota ‑dijo con una sonrisa.
‑Sí le entiendo. No hay problema ‑dije, pero no sonó muy convincente.
‑El tonal es una isla ‑explicó‑. La mejor manera de describirlo es decir que el tonal es esto.
Pasó la mano sobre la superficie de la mesa.
‑Podemos decir que el tonal es como la superficie de esta mesa. Una isla. Y en la isla tenemos todo. Esta isla es, de hecho, el mundo.
«Hay un tonal que es personalmente para cada uno de nosotros, y hay otro que es colectivo para todos nosotros en cualquier momento dado, al cual llamamos el tonal de los tiempos.»
Señaló las hileras de mesas en el restaurante.
‑¡Mira! Cada mesa tiene la misma configuración. Hay ciertos objetos presentes en todas. Sin embargo, son individualmente distintas entre sí: algunas mesas están más llenas que otras; tienen diferente comida, diferentes platos, diferente atmósfera, pero tenemos que admitir que todas las mesas en este restaurante son muy semejantes. Lo mismo pasa con el tonal. Podemos decir que el tonal de los tiempos es lo que nos hace semejantes, en la misma forma en que hace semejantes todas las mesas en este restaurante. No obstante, cada mesa por separado es un caso individual, lo mismo que el tono personal de cada uno de nosotros. Pero el factor importante que hay que tener en cuenta, es que todo cuanto conocemos de nosotros mismos y de nuestro mundo está en la isla del tonal. ¿Ves lo que quiero decir?
-Si el tonal es todo cuanto conocemos de nosotros mismos y de nuestro mundo, ¿qué es entonces el nagual?
‑El nagual es la parte de nosotros mismos con la cual nunca tratamos.
‑¿Cómo dijo usted?
‑El nagual es la parte de nosotros para la cual no hay descripción: ni palabras, ni nombres, ni sensaciones, ni conocimiento.
‑Ésa es una contradicción, don Juan. En mi opinión, si no puede sentirse ni describirse ni nombrarse, no puede existir.
‑Es una contradicción nada más en tu opinión. Ya te lo advertí: no te rompas la crisma tratando de entender esto.
‑¿Diría usted que el nagual es la mente?
‑No. La mente es un objeto encima de la mesa. La mente es parte del tonal. Digamos que la mente es la salsa picante.
Tomó una botella de salsa y la puso frente a mí.
‑¿Es el nagual el alma?
‑No. El alma también está en la mesa. Digamos que el alma es el cenicero.
‑¿Es el nagual los pensamientos?
‑No. Los pensamientos también están en la mesa. Los pensamientos son como los cubiertos.
Cogió un tenedor y lo puso junto a la salsa y el cenicero.
‑¿Es un estado de gracia? ¿El cielo?
‑Tampoco es eso. Eso, sea lo que fuera, también es parte del tonal. Es, digamos, la servilleta.
Seguí proponiendo formas de describir aquello a lo que él aludía: intelecto puro, psique, energía, fuerza vital, inmortalidad, principio vital. Por cada cosa que yo nombraba, él hallaba en la mesa un objeto que servía de contraparte y lo ponía frente a mí, hasta que todo cuanto había en la mesa quedó apilado en un montón.
Don Juan parecía disfrutar enormidades. Soltaba risitas y se frotaba las manos cada vez que yo nombraba otra posibilidad.
‑¿Es el nagual el Ser Supremo, el Omnipotente, Dios? ‑pregunté.
‑No. Dios también está en la mesa. Digamos que Dios es el mantel.
Hizo, en broma, el gesto de jalar el mantel para amontonarlo con los otros objetos que había puesto frente a mí.
-Pero, ¿dice usted que Dios no existe?
‑No. No dije eso. Sólo dije que el nagual no era Dios, porque Dios es un objeto de nuestro tonal personal y del tonal de los tiempos. El tonal es, como ya dije, todo lo que creemos que es parte del mundo, incluyendo a Dios, por supuesto. Dios no tiene otra importancia que la de ser parte del tonal de nuestro tiempo.
‑Según yo lo entiendo, don Juan, Dios es todo ¿No estamos hablando de lo mismo?
‑No. Dios es solamente todo aquello en lo que puedes pensar; por eso, propiamente hablando, Dios no es sino otro objeto en la isla. Dios no puede ser visto cuando uno quiere; sólo podemos hablar de Él. En cambio, el nagual está al servicio del guerrero. Puede ser visto, pero no se puede hablar de él.
-Si el nagual no es ninguna de las cosas que he mencionado ‑dije‑, quizá pueda usted decirme el sitio donde se encuentra. ¿Dónde está?
Don Juan hizo un amplio ademán y señaló el área más allá de los confines de la mesa. Movió la mano como si, con el dorso, limpiara una superficie imaginaria que rebasara los bordes de la mesa.
‑El nagual está allí ‑dijo‑. Allí, alrededor de la isla. El nagual está, allí, donde el poder se cierne.
«Desde el momento de nacer sentimos que hay dos partes en nosotros. A la hora de nacer, y luego por algún tiempo después, uno es todo nagual. En ese entonces, nosotros sentimos que para funcionar necesitamos una contraparte a lo que tenemos. Nos falta el tonal y eso nos da, desde el principio, el sentimiento de no estar completos. A esas alturas el tonal empieza a desarrollarse y llega a tener una importancia tan absoluta para nuestro funcionamiento que opaca el brillo del nagual, lo avasalla; y así nos volvemos todo tonal. Desde el momento en que uno se vuelve todo tonal, no hacemos otra cosa sino aumentar esa vieja sensación de estar incompletos; esa sensación que nos acompaña desde el momento de nacer y que nos dice constantemente que hay otra parte de nosotros que nos haría íntegros.
«A partir del momento en que somos todo tonal, empezamos a hacer pares. Sentimos nuestros dos lados, pero siempre los representamos con objetos del tonal. Decimos que nuestras dos partes son el alma y el cuerpo. O la mente y la materia. O el bien y el mal. Dios y Satanás. Nunca nos damos cuenta, sin embargo, de que sólo estamos haciendo parejas con las cosas de la isla, algo muy semejante a hacer parejas con café y té, o pan y tortillas, o chile y mostaza. Somos de verdad animales raros. Nos creemos tanto y, en nuestra locura, creemos tener perfecto sentido.»
[…]
‑Mucho me temo no haber hecho la pregunta correcta ‑dije‑. Quizá podríamos llegar a una mejor comprensión si preguntara qué puede uno hallar, específicamente, en el área más allá de la isla.
‑No hay manera de responder eso. Si yo te dijera: nada, sólo haría al nagual parte del tonal. Todo cuanto puedo decir es que allí, más allá de la isla, uno encuentra al nagual.
‑Pero, cuando usted, lo llama nagual, ¿no lo coloca también en la isla?
‑No. Lo llamé nagual solamente para que te dieras cuenta de él.
‑¡Muy bien! Pero al darme cuenta de él también he dado el primer paso para convertirlo en un nuevo objeto de mi tonal.
‑Creo que no me comprendes. Yo he nombrado al tonal y al nagual como un par verdadero. Eso es todo lo que he hecho.
Me recordó que en una ocasión, al tratar de explicarle mi insistencia en el significado, discutí la idea de que acaso los niños no fueran capaces de concebir la diferencia entre «padre» y «madre» hasta que no se desarrollaran lo suficiente en el manejo del significado, y que tal vez creerían que la diferencia estaba radicada en que «padre» usa pantalones y «madre» usa faldas, o en otras diferencias relativas al corte de pelo, o al tamaño del cuerpo, o a la ropa.
‑Por cierto que hacemos lo mismo con las dos partes de nosotros ‑dijo‑. Sentimos que en nosotros hay otro lado. Pero cuando tratamos de precisar cuál es ese otro lado, el tonal se apodera de la batuta y, como director, es un fracaso. Es tan mezquino y celoso que nos deslumbra con su astucia y nos fuerza a destruir el menor indicio de la otra parte del par verdadero: el nagual.»
Moisés Garrido dice
Magnífico trabajo, como ya nos tienes acostumbrado. Fíjate que yo también quería hacer un recordatorio en mi blog sobre algunos discos con la Luna como protagonista. Al final decidí no hacerlo porque ya he escrito estos días bastante sobre Selene. Obviamente, pensaba citar el tema de The Police, el LP de los Pink Floyd y también el «Crises» de Mike Oldfield, con su grandiosa portada en la que la Luna llena aparece coronando un rascacielos en medio del mar. Además, este disco incluye el exitoso tema «Moonlight Shadow», interpretado por la angelical voz de Maggie Reilly. ¡Cuánto significaron estos tres discos para nosotros, en plena adolescencia, ¿verdad?! En aquellos buenos ratos que pasábamos al salir de clase y charlábamos sobre lo divino y las humanas (para quien no lo sepa, Raúl y yo fuimos compañeros de clase y de pupitre en BUP, mientras se fraguaba nuestras inquietudes hacia los temas paranormales, ufológicos, esotéricos, junguianos, etc.)
Te paso por email un artículo titulado «Historias fantásticas de la Luna», que me publicaron hace un par de años en la revista «Enigmas», por si deseas sacarlo en la sección dedicada a los ensayos.
Por cierto, no sólo se cumplen 40 años de la gesta lunar del Apolo 11. También hace 40 años que la Parapsicología entró a formar parte de la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias (AAAS), adquiriendo estatus científico y académico (diciembre de 1969). De los éxitos y fracasos obtenidos por esta loable disciplina durante todo este tiempo, hablo ampliamente en un dossier especial que me han publicado en el ejemplar de agosto de la revista MÁS ALLÁ.
Un abrazo,
Moisés Garrido
Raúl Ortega dice
Así es, old friend… La cabra tira pa´l monte y aunque en aquellos momentos mi cabeza estaba llena de conocimientos científicos y de Ecología y Biología por sobre todo lo demás, la curiosidad por los fenómenos extraños se hizo bien presente. Hoy podemos decir que lo que compartimos en aquellos días fueron regustos lunares: parapsicología, espiritismo, arte surrealista, música y, lo último pero de ninguna manera lo menos importante, un profundísimo interés por las… chavalitas :-). Después tú asimilaste toda esa parte a tu leonino sol, y lo convertiste en una vocación y profesión que te definiría públicamente, ante la sociedad. Y hoy día eres colaborador en magazines especializados como Enigmas o Más Allá. Yo sin embargo dejé de lado todas las cuestiones paranormales y esotéricas para centrarme en la carrera musical, haciendo de esa luna mi sol, sin perder del todo de vista la formación profesional en el área de las Ciencias Naturales. Sería con el tiempo, según las pautas de la odisea del alma, cuando se diera mi retorno a estas lides, regresando a lo parapsicológico a través de la profundización psicológica. Y, con más tiempo aún, acabó ocurriendo este retorno de nuestra amistad y colaboración, después de ese enorme lapso de alejamiento casi completo. Gracias a esa lenta pero segura confluencia.
Es tan interesante como bonito: justo a la inversa que a mí, la odisea te hizo encontrarte con la psicología partiendo desde la más pura parapsicología.
Como ya dije: es que la luna es amor, el amor es música, la música es luna. Por eso hay infinitas canciones de amor, y otras tantas de lunas. Pero tienes razón en que es necesario traer a colación el Crises de Mike Oldfield. La portada de Tubular Bells también es otra beldad arquetípica excelsa: uno ve una apacible playa, un lugar que hemos de asociar con el radiante Sol, siempre. Con la alegría de Agosto. Pero si enfoca uno más su atención, se ve un apiñamiento en la orilla de huesos y cadáveres.
Crises, que parece relacionar de entrada los problemas (crisis) con la Luna, otra vez, al estilo pinkflodiano, es sin embargo un disco blanco de Albedo. Una vez escuchado, lo de Crises acaba resonando más como algo relativo a cristalino (me refiero a la «cara A», que es la que lleva la composición principal -aunque la «B», con Moonlight shadow, fue la responsable del boom comercial-). Esta obra comparte la genialidad de Mike con la del baterista Simon Phillpis. Ambos son los productores del disco, incluso. Confieso que es raro el día en que no me acuerde del fragmento musical que voy a colgar a continuación. Me conmueve la aparatosa irrupción que hace la percusión de Simon, inyectándole al tema de repente una pasión dionisíaca furiosa, tipo «heavy», a los melancólicos y suaves compases célticos típicos de Oldfield, que se van a ir alegrando poquito a poco. Esa batería hace un efecto similar a la entrada jubilosa de las campanas en Tubular Bells. De hecho, Mike comentó explícitamente que «Crises» fue compuesta rememorando a Tubular (¿alguna vez ha tenido ese hombre otro leitmotiv en el oído y la cabeza?). Es una complexio oppositorum muy emotiva, muy significativa, al menos para mí. Es como si la batería de Simon nos gritara: «Eh, oye, ánimo, que crisis en chino significa lo mismo que oportunidad…».
yo dice
Y para Jaime Sabines
«La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir…»
(fragmento)
Raúl Ortega dice
Saludos, Tú 😉
Sabines cuando mira a la Luna se ve que mira el regazo cuidador y nutriente de su mamma.
No por nada una de sus primeras poesías fue «A mi madre»…
Complejo materno positivo. Alegre y mimada infancia.
Pero en el final, con lo de la muerte, salta ese costado del arquetipo que es la madre como tumba («vuelvo al regazo de mi mamá, floto sonriendo», es también una buena metáfora para una buena muerte en paz…)
José Antonio dice
Hola Raúl, muy buenas:
Ya que estamos con el temita de la Luna, y dado que has hecho alusión al binomio politeísmo/monoteísmo, en relación al polifacético modo en que se presenta la Luna; lo dicho, que la Luna o, en términos jungianos, el anima, es, en último término, sólo Una, aunque en éste mundo fenoménico se nos presente bajo múltiples disfraces. En el Unus Mundus, el anima, el arquetipo, es No-Dual, pero cuando se manifiesta, cuando se concretiza en experiencia, es Paradójico, Uno y, al tiempo, Dos que se convierten en Tres y en Diez Mil Seres Femeninos. Luz y oscuridad, Vida y Muerte, Utero y Tumba, todos ellos partes manifiestas de una misma Unidad. Al fin y a la postre, allende esa anima bipolar, tremebunda, que parece crucificar al individuo al tirar en direcciones contrarias, hallamos al arquetipo del Ser, la Unidad suprapersonal allende la paradójica y desgarradora polaridad entre la Virgen y la Ramera…
Un abrazo
José
Raúl Ortega dice
Es un tema especialmente complejo éste, frater Jose. La dualidad del anima, que se corresponde con las fases de la Luna, alcanza un nivel tan peculiar que parece tratarse de una separación en polos opuestos de una calidad diferente, más profundamente esencial, de aquella con la que estamos acostumbrados a lidiar. Parece que el Sol, que es un símbolo supremo de unidad y univocidad, tiene que ser compensado con la Luna, como símbolo supremo de labilidad, de escisión, de polaridad. Esta peculiar dualidad la podemos empezar a ver clara en los sentimientos personales: el amor y el odio, el reír y el llorar, denotan una ambivalencia en esta función que ninguna de las otras tres expone tan abiertamente.
A fin de cuentas, no es tan sencillo declarar la Unidad como realidad última del Cosmos cuando precisamente lo que conocemos flagrantemente de él es la multiplicidad de su manifestación. Puede que sean, por tanto, dos principios últimos igualmente soberanos: en el mismo instante en que todo se une, todo se vuelve a disgregar.
Así como la realidad última de un sistema solar no es su sol, sino, precisamente, todo el sistema solar, el monoteísmo y el politeísmo quizás sean, los dos a la vez, la última verdad.
la Unidad trascendental no sería entonces una identificación final de todo con todo, en una pasta indiferenciable, sino un Orden Implicado que mantiene lo que a partir de un punto es irreductiblemente diverso en conexión e interdependencia. Ese Orden Implicado sería una jerarquía que no puede negar a partir de un punto la diversidad.
Todo esto son meras especulaciones metafísicas un tanto hueras, pero la independencia de las animae se me aparece a mí como un hecho experimental, contante y sonante.
Es harto inquietante. El arquetipo de la unión de opuestos se siente siempre salvífico, redentor. El Tao es un héroe salvador. La asunción de que hay opuestos, como ser-vacío, vivo-muerto, embarazada y no :-), cuya integración y fusión nos resulta altamente improbable, es muy perturbador. Esto implica en la práctica que en algunos campos no tendremos ni siquiera la esperanza de alcanzar algún día la facultad de estar en misa y repicando, ni podremos nadar y guardar la ropa. Implica que existen dilemas reales que sólo podremos resolver actuando como un San Jorge contra un dragón. Y conlleva que hasta en el Andrógino ciertos aspectos se mantendrán siendo puramente masculinos, otros puramente femeninos, y seguirán sin llevarse bien.
Visto desde otro ángulo, aunque renunciar al Unus Mundus suponga una gigantesca decepción, en esa renuncia está la semilla de toda creación. Pues sin fricción entre los opuestos, ésta no nos resulta concebible.
José Antonio dice
Frater Raúl:
Sí, es un tema ciertamente complejo, y ya tocamos el ámbito Metafísico puro. Mi comentario anterior, no está en modo alguno reñido con lo que dices de los opuestos. A fin de cuentas, se precisa un desnivel, una oposición, para que se produzca energía. Y, cuanto mayor sea ese desnivel, mayor energía, aunque, por supuesto, mayor fricción y, por consiguiente… tremenda crucifixión. El símbolo de la Cruz cristiana ya apunta claramente a ese esencial y fundamental dilema humano: Materia versus Espíritu. Aquí, en el mundo en que nos movemos, experiencial, fenoménico, uno, como bien dices, ha de bregar con los opuestos, y la lucha con el Dragón es una cita ineluctable de todo héroe, solar; una cita que, lamentablemente -según se mire- aparece y reaparece en el Camino, aunque, Dios Mediante, en niveles diferentes de la espiral.
Gracias por tus comentarios y por tu aportación a mi crítica a Wilber.
José Antonio